El buen juicio o las ideas naturales opuestas a las ideas sobrenaturales de von Holbach

Estudio introductorio, notas y versión al castellano


Fachbuch, 2012

251 Seiten, Note: ninguna


Leseprobe


INDICE

Estudio introductorio

I- Contexto de la obra
i. El barón von Holbach
ii. El Iluminismo
iii. Los hombres del Iluminismo francés

II- Finalidad y contenido de la obra
i. Objetivo de la disertación
ii. La sensibilidad, la experiencia y la lógica contra la teología
iii. Ciencia y ontología
iv. Concepción antropológica
v. El fundamento de la moral y el derecho
vi. Influencia en otras filosofías

III- Fuentes utilizadas en la traducción

IV- Bibliografía complementaría

Prefacio de von Holbach
1. Apólogo
2. ¿Qué es la teología?
3. Continuación del mismo argumento
4. El hombre no nace siendo religioso o deísta
5. No es necesario creer en un Dios y lo más razonable es no pensarlo
6. La religión está basada en la credulidad
7. Toda religión es un absurdo
8. El concepto de Dios es imposible
9. Origen de la superstición
10. El origen de todas las religiones
11. Los charlatanes se aprovechan de la insensatez de los hombres con la religión
12. La religión seduce con la ignorancia suscitando maravilla
13. Continuación del mismo argumento
14. No hubiera existido la religión si no hubiese existido una época de estupidez y barbarie
15. Todas las religiones han nacido del deseo de dominar
16. Lo que está en la base de todas las religiones es lo que es más incierto
17. Es imposible estar convencidos de la existencia de Dios
18. Continuación del mismo argumento
19. La existencia de Dios no ha sido demostrada
20. Decir que Dios es un espíritu equivale a hablar sin decir nada
21. La espiritualidad es una quimera
22. Todo lo que existe ha surgido del útero de la materia
23. ¿Qué es el Dios metafísico de la teología moderna?
24. Sería menos irracional adorar el Sol que adorar un Dios espiritual
25. Un Dios-espíritu es incapaz de desear y actuar
26. ¿Qué es Dios?
27. Contradicciones evidentes de la teología
28. Adorar a Dios es adorar una ficción
29. La infinidad de Dios y la imposibilidad de conocer la esencia divina motivan y justifican el ateísmo
30. No se es más culpable ni se está más seguro por creer en Dios que por no creer
31. La creencia en Dios no es más que un hábito adquirido mecánicamente desde la infancia
32. La creencia en Dios es un prejuicio que se ha consolidado siendo heredado de padres a hijos
33. Origen de los prejuicios
34. ¿Cómo se propagan y se erradican los prejuicios?
35. Los hombres no hubieran nunca creído en los principios religiosos de la teología moderna, si se los hubieran enseñado en la edad de la razón
36. Las maravillas de la naturaleza no demuestran la existencia de Dios
37. Las maravillas de la naturaleza se explican mediante causas naturales
38. Continuación del mismo argumento
39. El mundo no ha sido creado y la materia se mueve por sí misma
40. Continuación del mismo argumento
41. Otra prueba de que el movimiento está en la esencia de la materia y que, entonces, no es necesario suponer un motor espiritual
42. La existencia del hombre no demuestra por sí misma la existencia de Dios
43. Ni el hombre ni el universo son los efectos que se presumen
44. El orden del universo no prueba la existencia de un Dios
45. Continuación del mismo argumento
46. Un espíritu no puede ser inteligente; adorar una inteligencia divina es una quimera
47. Todas las cualidades que la teología atribuye a su Dios son contrarias a la esencia que se le adjudica
48. Continuación del mismo argumento
49. Es absurdo decir que la especie humana es el objeto y el fin de la creación
50. Dios no está hecho para el hombre, ni el hombre para Dios
51. Es falso que el objetivo de la creación del universo sea hacer feliz al hombre
52. Lo que se llama Providencia es una palabra sin sentido
53. La Providencia está menos ocupada en conservar el mundo que en ponerlo en desorden, es más enemiga que amiga del hombre
54. El mundo no es gobernado por un ser inteligente
55. Dios no puede considerarse inmutable
56. Los males y los bienes son efectos necesarios de causas naturales
57. Vanidad de las consolaciones teológicas contra los males de esta vida. La esperanza en un paraíso, en una vida futura, es imaginaria
58. Otras fantasías
59. En vano la teología se esfuerza en liberar a Dios de los defectos del hombre: o este Dios no es libre, o es más malo que bueno
60. No se puede creer en la Providencia Divina, y en un Dios infinitamente bueno y omnipotente
61. Continuación del mismo argumento
62. La teología hace de Dios un monstruo de irracionalidad, injusticia, maldad y atrocidad, es decir, un ser sumamente odioso
63. Todas las religiones se esfuerzan en inspirar un temor vil e insensato a la divinidad
64. No existe ninguna diferencia entre las religiones y la más oscura y servil superstición
65. Con base en la idea que la teología nos proporciona sobre la Divinidad, amar a Dios es imposible
66. Inventando el dogma de la eternidad de las penas infernales, los teólogos han hecho de su Dios un ser detestable, más malvado que el más malvado de los hombres, un tirano perverso, cruel sin objetivo y por mero placer
67. La teología es una cadena de evidentes contradicciones
68. Las susodichas obras de Dios no demuestran la existencia de lo que denominan como perfecciones divinas
69. La perfección de Dios no brilla ni siquiera en la pretendida creación de los ángeles y de los espíritus
70. La teología predica la omnipotencia de su Dios y lo muestra continuamente como si fuera impotente
71. Para todos los sistemas religiosos de la tierra, Dios sería el más caprichoso y el más insensato de los seres
72. Es absurdo decir que el mal no proviene de Dios
73. La pre-ciencia que se atribuye a Dios haría a los hombres culpables y daría a los castigados el derecho de quejarse de su crueldad
74. Absurdos de los cuentos teológicos sobre el pecado original y Satanás
75. El Diablo, como la religión, ha sido inventado para enriquecer a los sacerdotes
76. Si Dios no ha podido hacer a la naturaleza humana libre de pecado, no tiene derecho de castigar al hombre
77. Es absurdo decir que la conducta de Dios debe ser un misterio para el hombre, y que el hombre no tiene derecho a examinarla y juzgarla
78. Es absurdo llamar Dios de justicia y bondad a un ser que hace caer todos los males, sin distinción, sobre buenos y malos, sobre inocentes y culpables
79. Un Dios que castiga los pecados que habría podido evitar es un loco que une la injusticia a la necedad
80. El libre albedrío es una quimera
81. De la inexistencia del libre arbitrio no se debe deducir que la sociedad no tenga el derecho de castigar a los malvados
82. Refutación de varios argumentos en favor del libre arbitrio
83. Continuación del mismo argumento
84. Dios mismo, si un Dios existiese, no sería libre. La inutilidad de todas las religiones
85. Según los principios de la teología, el hombre no es libre ni por un instante
86. Todo mal, desorden y pecado no pueden más que ser atribuidos a Dios y, en consecuencia, Dios no tiene el derecho de castigar ni de recompensar
87. Las plegarías de los hombres a Dios demuestran que no están satisfechos con su gobierno
88. La reparación de la justicia y de la infelicidad de este mundo en otro mundo es una conjetura quimérica, una suposición absurda
89. La teología no justifica el mal y la injusticia permitida a Dios más que concediéndole el derecho del más fuerte
90. La redención y las masacres atribuidas a Yahvé en la Biblia son invenciones bizarras y ridículas que presupondrían un Dios injusto y bárbaro
91. ¿Cómo un padre tierno, generoso y justo puede dar la vida a sus hijos exclusivamente para hacerlos infelices?
92. Toda la vida de los mortales, todo lo que sucede aquí abajo, se opone a la libertad del hombre, a la justicia y a la bondad de un presunto Dios
93. No es verdad que nosotros debamos alguna gratitud a lo que llaman Providencia
94. Pretender que el hombre sea el favorito de la Providencia, de Dios, el único objetivo de sus acciones, el rey de la naturaleza, es una locura
95. Comparación entre los hombres y los animales
96. No existen animales más detestables que los tiranos
97. Refutación de la excelencia del hombre
98. Cuento Oriental
99. Es insensato no ver en el universo más que beneficios del Cielo, y creer que el universo haya sido hecho exclusivamente para los hombres
100. ¿Qué es el alma? No sabemos nada. Si tuviera diferente esencia a la del cuerpo, la unión sería imposible
101. La existencia del alma es una hipótesis absurda y la existencia del alma inmortal es más absurda
102. Es evidente que el hombre muere todo entero
103. Pruebas incontestables contra la espiritualidad del alma
104. Absurdidad de las causas sobrenaturales que los teólogos mencionan sin cesar
105. Es falso que el materialismo sea deshonroso para la especie humana
106. Continuación del mismo argumento
107. El dogma de la otra vida solamente es útil para los que lo explotan con la ayuda de la credulidad de la gente
108. Es falso que el dogma de la otra vida consuele; y, aunque fuera consolante no se puede concluir que sea verdadero
109. Todos los principios religiosos son imaginarios. El “sentido íntimo” es solamente el efecto de un hábito arraigado. Dios es una quimera, y las cualidades que le han atribuido se anulan mutuamente
110. Todas las religiones son un sistema imaginado para conciliar las contradicciones recurriendo a los misterios
111. Absurdidad e inutilidad de los misterios, fabricados para el exclusivo interés de los sacerdotes
112. Continuación del mismo argumento
113. Continuación del mismo argumento
114. Un Dios universal hubiera revelado una religión universal
115. La prueba de que la religión no es necesaria es su ininteligibilidad
116. Todas las religiones son ridiculizadas como creencias opuestas e insensatas por los creadores de las otras religiones
117. Opiniones de un teólogo famoso
118. El Dios de los teístas no es menos contradictorio ni menos quimérico que el de los teólogos
119. No se demuestra la existencia de Dios afirmando que en todos los siglos los pueblos han reconocido la soberanía de una Divinidad
120. Todos los dioses surgieron en el salvajismo; todas las religiones son antiguos vestigios de ignorancia, superstición, ferocidad; las religiones modernas son locuras antiguas rejuvenecidas
121. Todas las usanzas religiosas portan la mancha de la estupidez y de la barbarie
122. Cuanto más antigua y general es una opinión religiosa, más sospechas despierta
123. El escepticismo, en materia de religión, es el efecto de un examen superficial y poco cuidadoso de los principios religiosos
124. La revelación refutada
125. ¿Dónde está la prueba de que Dios se ha mostrado y ha hablado con los hombres?
126. Nada demuestra la veracidad de los milagros
127. Si Dios hubiera hablado, sería extraño que lo hubiera hecho de modo tan diverso a los adeptos de diferentes cultos, los cuales se dañan mutuamente y se acusan, por lo mismo, de superstición e impiedad
128. Oscuridad y origen sospechoso de los oráculos
129. Absurdidad de los presuntos milagros
130. Refutación del argumento de Pascal sobre el modo de juzgar los milagros
131. Según los propios principios de la teología, cada nueva revelación debe considerarse falsa e impía
132. La sangre de los mártires es una prueba en contra de la verdad de los milagros y en contra del origen divino atribuido al cristianismo
133. El fanatismo de los mártires y el empeño siempre interesado de los misionarios no prueban la veracidad de la religión
134. La teología hace de su Dios un enemigo de la razón y de las luces
135. La fe es inconciliable con la razón y la razón es preferible a la fe
136. Son absurdos y ridículos los sofismas de los que quieren sustituir la fe con la razón
137. ¿Cómo pueden pretender que el hombre esté obligado a creer en la palabra que, dicen, es lo más importante para él?
138. La fe asienta sus raíces únicamente en espíritus débiles, ignorantes o perezosos
139. Enseñar que existe una religión verdadera es un absurdo que es causa de desorden en los Estados
140. La religión no es absolutamente necesaria para la moral y la virtud
141. La religión es el freno menos potente que se pueda contraponer a las pasiones
142. El honor es un freno más saludable y más fuerte que la religión
143. La religión no es un freno eficaz contra las pasiones de los reyes, que son, normalmente, tiranos crueles y maniáticos, inspirados en el ejemplo del Dios del cual se dicen representantes, y no se sirven de la religión más que para embrutecer más a sus esclavos, para adormecerlos y devorarlos con más facilidad
144. Origen de la usurpación más absurda, ridícula y más odiosa que se llama el derecho divino de los príncipes
145. La religión es nociva para la política: crea déspotas licenciosos y perversos, así como súbditos abyectos e infelices
146. El cristianismo se ha difundido prometiendo el despotismo que, en toda religión, es el sostén más sólido
147. Los principios religiosos tienen como único objetivo eternizar la tiranía de los reyes, así como sacrificar los pueblos a dicha tiranía
148. Es nefasto persuadir a los reyes que, cuando dañan a los pueblos, deben temer solamente a Dios
149. Un rey devoto es un flagelo para su reino
150. El escudo de la religión es, para la tiranía, una débil trinchera contra la desesperación de los pueblos; un déspota es un insensato que se daña a sí mismo y que se adormece en el borde de un abismo
151. La religión favorece la corrupción de los príncipes, liberándolos del temor y los remordimientos
152. ¿Qué es un soberano ilustrado?
153. Las pasiones dominantes y lo delitos de la casta sacerdotal, que han saciado sus apetitos y cometido sus delitos con la ayuda de su presunto Dios y de la religión
154. Charlatanería de los sacerdotes
155. Calamidades innumerables producidas por la religión, que ha ensuciado la moral y destruido todas las ideas justas, todas las sanas doctrinas
156. Toda religión es intolerante y, en consecuencia, impide hacer el bien
157. El abuso ocasionado por una religión de Estado
158. La religión desencadena la crueldad del pueblo, la legitima y autoriza ciertos delitos enseñando que pueden ser necesarios para los planes de Dios
159. Réplica del argumento que sostiene que los males atribuidos a la religión son los tristes efectos de las pasiones humanas
160. Cualquier moral es incompatible con las creencias religiosas
161. La moral del Evangelio es impracticable
162. Una sociedad de santos es imposible
163. La naturaleza humana no está depravada y una moral que la combate no está hecha para el hombre
164. Sobre Jesucristo, Dios de los sacerdotes
165. El dogma de la indulgencia de los pecados ha sido inventado por el interés de los sacerdotes
166. El temor de Dios es impotente contra las pasiones
167. La invención del infierno es bastante absurda para impedir el mal
168. Absurdidad de la moral y de la virtud religiosa establecida únicamente para el interés de los sacerdotes
169. ¿A qué se reduce la caridad religiosa, cómo la enseñan y practican los teólogos?
170. La confesión, mina de oro de los sacerdotes, ha destruido los verdaderos principios de la moral
171. La hipótesis de la existencia de Dios no es necesaria para la moral
172. La religión y su moral sobrenatural dañan a los pueblos, además de ser opuestas a la naturaleza humana
173. La asociación de la religión con la política es dañosa para los pueblos y los reyes
174. Para la mayor parte de los pueblos, los cultos religiosos son onerosos y ruinosos
175. La religión paraliza la moral
176. Funestas consecuencias de la devoción
177. Suponer la existencia de otra vida no consuela al hombre ni es necesaria para la moral
178. Un ateo tiene más razones para actuar bien y más conciencia que un devoto
179. Un rey ateo sería preferible a un rey muy religioso y muy malvado
180. La moral adquirida por la filosofía es suficiente para ser virtuosos
181. Las creencias religiosas influyen raramente en la conducta moral
182. La razón conduce al hombre al ateísmo y a la irreligión porque la religión es absurda y el Dios de los sacerdotes es un ser maligno y feroz
183. Es el miedo lo que crea a los teístas y a los devotos
184. ¿Se puede y se debe amar a Dios?
185. Las ideas diversas y contradictorias que existen respecto a Dios y la religión demuestran que son quimeras de la imaginación
186. La existencia de un Dios, fundamento de toda religión, no ha sido demostrada
187. Los sacerdotes actúan más por interés que los incrédulos
188. El orgullo, la presunción y la corrupción moral se encuentran entre los sacerdotes, no entre los ateos y los incrédulos
189. Los prejuicios duran solamente un cierto tiempo y ningún poder es durable si no se basa en la verdad, en la razón y en la justicia
190. Los ministros de los dioses gozarían de poder y estima si se convirtieran en los apóstoles de la razón y en defensores de la libertad
191. La gran y feliz revolución que se realizaría en el universo si la filosofía sustituyera a la religión
192. Las retractaciones de un incrédulo a punto de morir no demuestran nada contra la incredulidad
193. No es verdad que el ateísmo rompa todos los vínculos de la sociedad
194. Refutación de la idea, siempre repetida, de que la religión es necesaria para el pueblo
195. Los sistemas conforme a razón no están hechos para las multitudes
196. Futilidad y peligro de la teología; sabios consejos para los príncipes
197. Efectos funestos de la religión sobre el pueblo y sobre los príncipes
198. Continuación del mismo argumento
199. La historia enseña que todas las religiones fueron fundadas gracias a la ignorancia de los pueblos, por hombres que se proclamaban, impúdicamente,enviados de Dios
200. Todas las religiones, antiguas y modernas, se han transmitido recíprocamente sus abstractas fantasías y sus ridículas prácticas
201. La teología ha desviado siempre a la filosofía de su verdadero camino
202. La teología no explica ni clarifica nada respecto al mundo humano ni respecto al mundo natural
203. Como la teología ha puesto obstáculos a la moral humana y ha retardado el progreso de las luces, de la razón y de la verdad
204. Continuación del mismo argumento
205. No se podría jamás repetir y demostrar suficientemente lo absurda y funesta que es la religión
206. La religión es la caja de Pandora y esta caja fatal está abierta

I. Contexto de la obra

i. El barón von Holbach

El ensayo filosófico presentado al lector, fue titulado originalmente Le Bon Sens. Escrito por Paul Henrich von Holbach (1723-1789), fue presentado para su primera edición en 1772, justamente diecisiete años antes de que diera inicio la revolución francesa. Por la época de su redacción y por las tesis defendidas a lo largo de la disertación debe considerarse un texto perteneciente al Iluminismo (Lumierés, en su expresión francesa; Aufklärung, en su expresión germana; Illuminismo, en su manifestación italiana; y Enlightenment, en su expresión inglesa).

El barón von Holbach fue uno de los miembros más sobresalientes de la corriente francesa del Iluminismo. Junto a hombres como Diderot y D’ Alembert realizó el proyecto titánico de la Enciclopedia, cuya primer prospecto fue presentado en 1750. Alrededor de su figura se reunió un amplio grupo de intelectuales europeos en lo que algunos han denominado La coterie holbachique (el círculo o camarilla de Holbach). Estas reuniones se realizaban asiduamente en la casa del barón en París, siendo presididas por Diderot y acogiendo a visitantes ocasionales de gran peso intelectual como David Hume y Adam Smith.

La filosofía del barón esboza una interpretación materialista y determinista de la naturaleza. Sus signos más representativos están condicionados por su enérgica oposición a la teología, a la metafísica y al clero.

La labor intelectual del barón fue amplia, persuasiva y bastante influyente tanto en su tiempo como en los siglos posteriores. La contribución de Holbach al Iluminismo no se detiene en la organización de las tertulias intelectuales en las que era anfitrión o en la redacción de ensayos sobre temas filosóficos, realizó además algunas traducciones al francés de obras científicas alemanas, fundamentalmente de química y geología, ciencias que le ayudaron a fortalecer los argumentos de su peculiar labor crítica de la religión.

De una manera muy peculiar, el barón von Holbach consiguió combinar la vida en las altas esferas de la sociedad francesa con su vocación filosófica y su interés científico. En él se expresan muchas de las características del espíritu del Iluminismo: un fuerte compromiso con la verdad científica, una valoración positiva de las ciencias liberales y un afán de promoción del debate intelectual. Pero también, a lo largo de su vida y después de su muerte, fue criticado por algunos de sus opositores por la defensa apasionada y a veces desmedida de algunas de sus tesis.

Gran parte de su obra, la aquí presente no es la excepción, fue formulada con la firme intención de desmantelar los prejuicios y las supersticiones religiosas. Sus obras más importantes, en este sentido, son el Système de la nature ou des loix du monde physique et du monde moral de 1770; así como Ethocrate ou le Gouvernement fondé sur la morale de 1776; y La Morale Universelle ou Les devoirs de l’ homme fondés sur la Nature, del mismo año. En estos últimos trabajos desarrolló algunas de las tesis presentes de modo incipiente en este volumen, todas ellas encaminadas a fundar una ética pública o gubernamental sobre bases morales, así como orientadas a la fundación de una moral alejada de las supersticiones religiosas.

ii. El Iluminismo

El movimiento iluminista fue, indudablemente, la corriente de pensamiento predominante en el siglo XVIII en Inglaterra, Alemania y Francia, de donde se esparció a otros lugares como Norteamérica. La mayor parte de los científicos y los intelectuales de la época se adhirieron gradualmente a este movimiento, o a esta forma de disertar, con la finalidad de defender la libertad de pensamiento e investigación. Constituyó, por lo mismo, un modelo programático de sociedad fundado en la razón y la experiencia. El fundamento de este modelo se opone directamente al modelo de la sociedad medieval, también denominada oscurantismo, en el que la investigación científica y el libre pensamiento constituían causas de persecución religiosa.

El Iluminismo, oponiéndose frontalmente a los dogmas impuestos por la fe religiosa, promovió el resurgimiento de la técnica y las artes, así como el desarrollo de la ciencia moderna. El proyecto de este movimiento fue bastante ambicioso: proponía reconfigurar las bases del conocimiento humano así como la utilización de ese conocimiento para la gradual conquista de las fuerzas de la naturaleza.

Kant, exponente emblemático del Iluminismo alemán, pensaba que:

«La Ilustración (Aufklärung) es la salida del hombre de su minoría de edad de la que es culpable. Su culpabilidad consiste en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando no se debe a un defecto del entendimiento, sino a la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡ Sapere aude ! ¡Ten el valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la Ilustración».[1]

Una visión moderna que es crítica respecto a los resultados reales del movimiento Iluminista la han ofrecido los exponentes de la Escuela de Fráncfort. Por ejemplo, para Horkheimer y Adorno:

«La Ilustración, en el más amplio sentido de pensamiento en continuo progreso, ha perseguido desde siempre el objetivo de liberar a los hombres del miedo y constituirlos en señores… El programa de la Ilustración era el desencantamiento del mundo…Sin embargo, la credulidad, la aversión frente a la duda, la precipitación en las respuestas, la pedantería cultural, el temor a contradecir, la falta de objetividad, la indolencia en las propias investigaciones, el fetichismo verbal, el quedarse en conocimientos parciales: todas estas actitudes y otras semejantes han impedido el feliz matrimonio del entendimiento humano con la naturaleza de las cosas y, en su lugar, lo han ligado a conceptos vanos y experimentos sin plan».[2]

Considerado actualmente como uno de los momentos más significativos en la historia del pensamiento humano, el Siglo de las Luces fue un período de enormes transformaciones en el ámbito científico, social y político. En su seno se gestaron dos revoluciones que cambiaron para siempre la configuración del mundo humano: la revolución francesa y la revolución industrial. De la mano de la política, la economía, la ciencia y la técnica, el movimiento iluminista prometió, a través de su proyecto, la gradual iluminación del género humano. Esto es, prometió la reivindicación del pensamiento contra los demonios metafísicos de la fe, auguró una edad de la razón absolutamente libre de prejuicios, vaticinó el triunfo de la libertad y la igualdad en detrimento de la opresión y la intolerancia, promovió la conquista de la naturaleza a través de la razón técnica y científica.

El Iluminismo prometió que el ser humano se liberaría de sus cadenas a través del conocimiento verdadero de la naturaleza y la sociedad. Actualmente, algunos críticos como Horkheimer y Adorno explican por qué no se realizaron óptimamente esos loables objetivos iniciales. Pero, para hacernos una idea de cuáles fueron las metas inconclusas, resulta necesario conocer su aspecto general, esto es, conocer algunas de las ideas más sobresalientes defendidas por sus exponentes.

iii. Los hombres del Iluminismo francés

A finales del siglo XVII y principios del XVIII, Pierre Bayle inauguró esta corriente de pensamiento que se manifestó como profundamente revolucionaria en Francia. A través de su Dictionnaire historique et critique, que puede considerarse el antecedente inmediato del movimiento Enciclopédico, asentó las bases para una reformulación del conocimiento humano, mediante su peculiar escepticismo filosófico. A diferencia de los compendios del saber humano que le antecedían, este nuevo Diccionario pretendía algo más que presentar una mera síntesis del conocimiento adquirido. Su demanda era presentar una versión nueva y crítica de los contenidos de este conocimiento.

El espíritu del compendio crítico del saber humano escrito por Bayle, inspiraría posteriormente a los demás pensadores del Iluminismo, en el sentido de adoptar una postura reflexiva frente a cualquier fuente de conocimiento. Por primera vez en la historia moderna de Francia, un intelectual alzaba la voz para afirmar que donde los hechos hablasen, la fe debía callar. En sus propias palabras: «No existe nada más insensato que razonar contrariando los hechos».

Por su enorme importancia en los pensadores iluministas, Marx consideró que Bayle, mejor que ningún otro intelectual de su momento, había conseguido desacreditar completamente a la metafísica.[3] En la controversia surgida en 1680 por la aparición de un cometa, interpretado por los sacerdotes europeos como símbolo de mal augurio, Bayle se declaró en contra de la credulidad y la superstición religiosa, considerando a ambas como la fuente de la idolatría, el error y la ignorancia.

El contexto en el que vivió y desarrolló Holbach sus reflexiones es el mismo de Voltaire, Diderot, Condillac, La Mettrie, D´Alembert y Rousseau. El primero, fuertemente influido por las transformaciones que se estaban llevando a cabo en el Reino Unido, vivió de cerca la revolución intelectual y política en la isla. Voltaire (1694-1778) fue desterrado de Francia de 1726 a 1729 a causa de un litigio sentimental con un noble francés al que reclamaba un ajuste de cuentas mediante duelo. En esta experiencia de alejamiento de su nación, vivió en Inglaterra, lugar donde profundizó su interés por las obras filosóficas de Locke y por el trabajo científico de Newton.

La obra de este filósofo es sumamente reconocida por su defensa de la tolerancia como fundamento de la paz y el progreso social. En 1734 publicó una de sus obras más controvertidas, su trabajo titulado Cartas filosóficas o inglesas, lugar en el que realizó una dura crítica al régimen francés donde, a su parecer, predominaba la intolerancia y la ignorancia. A lo largo de toda su vida y a través de sus diferentes obras literarias y filosóficas, Voltaire fue promotor y difusor del cambio que se estaba llevando a cabo en Europa.

Diderot (1713-1784) fue considerado por Voltaire como el «Sócrates moderno» debido a su profundo compromiso con la causa del Iluminismo. Hijo de un artesano, este intelectual se propuso restablecer el valor del conocimiento técnico y artesanal de su tiempo, liderando una de las empresas más influyentes en la historia moderna: La Enciclopedia. En 1749 publicó su polémica obra Carta sobre los ciegos para uso de los que pueden ver. Al parecer, la defensa de una tesis predicada en este ensayo, que el conocimiento proviene de los sentidos y no de los textos religiosos, lo condujo a la cárcel durante tres meses. Algunos filósofos modernos, como Cassirer, consideran que el papel de este intelectual en la historia del Iluminismo es determinante, pues la transformación de su pensamiento a lo largo del tiempo representa muy bien el espíritu dinámico de tal época histórica. En este sentido, asevera:

«Diderot ha cambiado infinitas veces en el curso de su vida su punto de vista, pero este cambio no es en modo alguno fortuito o arbitrario. En él se expresa la convicción de que ningún punto de vista singular desde el cual consideremos el universo, ningún aspecto particular en que pretendamos verlo, puede tener cuenta de su plenitud, de su íntima variedad, de su cambio incesante…en virtud de este rango fundamental de su espíritu, es Diderot uno de los primeros que supera la imagen estática del mundo propia del siglo XVIII y la cambia por una imagen dinámica».[4]

Étienne Bonnot de Condillac (1714-1780) fue un filósofo y economista sobresaliente. Opositor del racionalismo y defensor del empirismo inglés, fue tanto un ardiente difusor como un sagaz crítico de la filosofía de John Locke en Francia. Fue defensor del sensualismo que explicaba que todas las facultades y las reflexiones de la mente humana se encuentran determinadas fatalmente por la sensación. Su teoría del conocimiento utiliza el sentido del tacto para la demostración del mundo exterior. Para Condillac, todos los conocimientos proceden de los sentidos. Influyó, con este postulado, en el movimiento materialista francés. En su obra se expresa la nueva alianza entre el espíritu positivo y el racional. En este mismo sentido, Cassirer explica que para Condillac:

«El espíritu tiene que abandonarse a la plenitud de los fenómenos y regularse incesantemente por ellos, porque debe ser seguro y, lejos de perderse en aquella plenitud, encontrar en ella su propia verdad y medida».[5]

El enorme valor de la obra de Condillac consiste en reclamar el abandono de la metafísica como conocimiento verdadero. Radicalizándose más que otros iluministas, reivindicó la soberanía de los sentidos sobre las quimeras de las especulaciones metafísicas.

Julien Offray de La Mettrie (1709-1751) fue un filósofo y médico francés defensor del modelo mecanicista. Fue un importante difusor de la obra del pensamiento científico del neerlandés Herman Boerhaave (1668-1738), introduciendo y traduciendo una parte importante de sus textos al francés. Del estudio de las ideas de este científico, La Mettrie heredó un profundo interés por la anatomía y la fisiología. Este interés le llevo a plantear que el ser humano podía ser estudiado a partir de esas dos áreas especiales del conocimiento. Su libro de 1748, El hombre máquina, fue causa de gran polémica siendo, de hecho, públicamente quemado por los opositores de sus ideas. Por esta razón, tuvo que refugiarse por un tiempo en la corte del rey filósofo, considerado mecenas y protector de las ciencias: Federico II (el Grande).

Le Mettrie sostuvo la existencia exclusiva de la res extensa (los cuerpos materiales), considerando a la res cogitans cartesiana (sustancia inmaterial) como una mera manifestación de la materia. Con la eliminación de la concepción dual predominante en la edad media, llego a sostener que el hombre es diferente al resto de los animales solamente en un aspecto: en la complejidad de su anatomía y su fisiología. Para este pensador, el cuerpo debe considerarse una máquina que es determinada invariablemente por leyes mecánicas. En su filosofía, el cuerpo humano es comparado con un artificio de relojería en el que todos los engranajes, a pesar de su enorme complejidad, están perfectamente dispuestos entre sí.

Le Mettrie fue también un fuerte opositor de las ideas teístas que caracterizaron el primer período de Diderot, a las que consideraba desprovistas de toda evidencia y fundamento. Pensaba que era la ignorancia lo que ocasionaba que los seres humanos se explicarán los fenómenos atribuyéndolos a Dios. Por la misma razón, su obra fue de principio a fin una crítica científica a las concepciones teológicas y metafísicas predominantes en el medievo. Su moral, expuesta en el Discurso acerca de la felicidad, consiste en una teoría de la virtud que pretende la eliminación de la moral absoluta de la religión y su sustitución con una moral relativa fundada en el Estado y la sociedad. En la base de esta moral se encuentra la apología del placer sensual, tesis que es consistente con sus observaciones fisiológicas y su interpretación mecanicista del ser humano.

Jean le Rond d´Alembert (1717-1783) fue un filósofo y matemático francés, considerado uno de los exponentes más sobresalientes de todo el movimiento por su importante papel en el proyecto de la Enciclopedia. Su labor estuvo encaminada fundamentalmente al análisis físico y matemático, sobresaliendo sobre todo por su obra maestra el Tratado de dinámica. En dicho texto presentó el hasta entonces denominado teorema fundamental del Álgebra, también conocido como principio de d’ Alembert. Actualmente, el nombre de dicho teorema se considera errático ya que constituye un teorema del análisis matemático y no un teorema algebraico.

D´Alembert pensó que el papel del Iluminismo en la historia humana había sido determinante. Creyó firmemente que había agitado todo en la sociedad, desde las ciencias profanas a las bases de la revelación, desde la metafísica a la doctrina del gusto, desde la música hasta la moral, desde las disputas escolásticas hasta el comercio, desde los derechos del príncipe hasta los derechos del pueblo, desde las leyes naturales hasta las leyes arbitrarias de las naciones. La importancia de su pensamiento obliga a Cassirer a afirmar que:

«La inspiración científica del grupo de los enciclopedistas no la representan Holbach y Lamettrie, sino d’ Alembert. En él encontramos de nuevo la repudiación más enérgica del mecanicismo y del materialismo como último principio explicativo de las cosas, como pretendida solución del misterio del universo…Rechaza toda indagación de la esencia absoluta de las cosas y de su último fundamento metafísico».[6]

Finalmente, Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) fue un filósofo racionalista cuyas ideas políticas tuvieron gran influencia en la revolución francesa, siendo heredadas a la modernidad a través de esta trinchera. En realidad, su obra abarca temas muy variados: desde disertaciones sobre la música, hasta discursos sobre las ciencias y las artes, pasando por sus ensayos acerca del origen de las lenguas. En el trabajo dedicado a este último tema, Rousseau desarrolló una teoría que explicaba que las causas del lenguaje fueron la necesidad y el sentimiento humanos. También se preocupó en descubrir el origen y los fundamentos de la desigualdad moral entre los hombres. En sus tesis acerca de esta cuestión plantea por primera vez la idea de que la desigualdad tiene como único fundamento las convenciones humanas. En el trabajo de Rousseau se sostiene la imagen del buen salvaje que, antes de la formación de la sociedad, no estaba expuesto a la depravación moral. Sostuvo también la idea del Contrato Social como un momento hipotético en el que, mediante la voluntad general, se asocian los miembros de una comunidad para formar el Estado y sus leyes. Con él se consolidó una larga transición entre la concepción medieval del poder y la concepción moderna; la primera basada en fundamentos teológico-metafísicos; la segunda basada en una concepción convencional de la sociedad y el poder.

A través de este breve repaso descriptivo de algunas de las ideas más representativas de la época nos hemos podido percatar del nexo que une a todos sus representantes: la negación de que los argumentos teológicos o metafísicos puedan estar en la base del conocimiento verdadero. Además de esta unión, el Iluminismo presentó, en su seno, diferentes puntos de vista respecto a la naturaleza del conocimiento. En términos generales, la experiencia y los datos empíricos recuperaron gran parte de su importancia en el proceso de construcción del conocimiento, si bien es cierto, el grado de adscripción a este empirismo estuvo matizado en algunos de sus representantes.

En el Iluminismo podemos encontrar sensualistas extremos, denominados también ingenuos, como Condorcet, hasta el coqueteo con el racionalismo de Bayle y Voltaire. Podemos encontrar en su interior la defensa de modelos mecanicistas en Holbach y en Le Mettrie, en el mismo sentido en que encontramos posturas opuestas a esta solución en d’ Alembert o en el modelo dinámico concebido por Diderot. A pesar de esta diversidad de ideas, en el Iluminismo se encuentra una profunda confianza en la razón humana, así como un fuerte compromiso con la objetividad del conocimiento. Este último se expresó particularmente en la necesidad de restituir la primacía al principio de causalidad en la investigación de los fenómenos naturales y humanos, así como en el absoluto rechazo de las tradiciones y la docta autoridad de los textos sagrados. Esta subversión de las fuentes del conocimiento fue la causa de que su influencia se hiciera sentir en los asuntos humanos más importantes: desde la ciencia hasta la política, pasando por el arte y la pedagogía.

II. Finalidad y contenido de la obra

i. Objetivo de la disertación

El texto de Holbach puede considerarse como una crítica empírica, natural, atea y científica de toda la metafísica y la teología medieval. En dicha crítica, la religión es concebida como el gran dique que impide el desarrollo de la razón humana. El escritor iluminista pretende que los seres humanos se liberen de sus prejuicios abandonando la creencia en el Dios de los teólogos y los teístas. En ese sentido, considera a la religión como una empresa opresiva sobre la mayoría de los seres humanos, empresa que habría sido orquestada por un grupo de charlatanes y sinvergüenzas que, produciendo miedos irracionales en los ingenuos, conquistaron la voluntad de los crédulos.

A través de su ensayística mordaz, irónica y directa, Holbach invita a los seres humanos a hacer uso del buen juicio, esto es, a hacer uso de la capacidad de juzgar usando exclusivamente los sentidos y la lógica como criterios válidos para alcanzar la certeza cognoscitiva. A lo largo de su ensayo pone en práctica el principio: ¡ Sapere aude ! Es decir, pone en práctica el principio sublimado por Kant como el fundamento del Iluminismo: la facultad de pensar por sí mismo. Propone, por lo tanto, abandonar las quimeras y las invenciones fantásticas de los sacerdotes, o lo que es lo mismo, abandonar toda la metafísica y la teología medieval. A cambio, ofrece la posibilidad de conocer, a través de la investigación empírica, la naturaleza verdadera de los fenómenos. En su pensamiento, es la ciencia y no los cuentos fantásticos lo que debe inspirar el actuar de la especie humana.

El barón insiste constantemente en su obra en la necesidad de que los hombres pongan sus sentidos y toda su capacidad de reflexión en comprender las causas naturales de las cosas. Exhorta en numerosas ocasiones al lector diciendo que las especulaciones metafísicas conducen a la nada, constituyendo, esencialmente, una banalidad del pensamiento. A su parecer, solamente la verdadera comprensión de las causas naturales acrecienta la posibilidad de que el hombre pueda prevenir sus males. En suma, la ciencia constituye, en esencia, el conocimiento verdadero de las cosas del mismo modo que la teología y la metafísica constituyen un cúmulo de misterios y fantasías.

En el texto presentado al lector, la prosa de Holbach se muestra como un claro ejemplo del paradigma iluminista, esto es, como un documento que realiza el ideal de la simplicidad a través de la sencillez argumentativa, la concisión expositiva y la elegancia formal. Sus razonamientos se siguen unos a otros, formando un magnífico conjunto en el que todas las partes están relacionadas profundamente entre sí. Su principal objetivo es siempre claro: demostrar que el buen juicio y la fe religiosa se excluyen mutuamente.

La tesis general del Buen juicio puede ser esbozada de la siguiente manera: el uso del buen juicio, la capacidad de razonar utilizando los elementos de la experiencia sensible y las reglas lógicas, demuestra que la religión, la teología y la metafísica son saberes insulsos y banales. Para la demostración de esta tesis general, Holbach hace uso de cuatro argumentos fundamentales.

En primer lugar, aduce la falta de evidencias. Esto significa que ni la religión ni la metafísica han sido capaces de demostrar empíricamente la existencia de Dios, de las sustancias inmateriales o de los espíritus. Esta falta de evidencias empíricas está en el origen de las sospechas que despierta la religión entre los hombres reflexivos. La experiencia demuestra que nadie o muy pocos han tenido acceso a experiencias religiosas en las que, únicamente de manera aparente, parece revelarse la verdad de estas entidades fantasmagóricas.

En segundo lugar, la más importante desde el punto de vista de la razón, Holbach crítica a dichos sistemas por considerarlos íntimamente contradictorios entre sí. En este sentido, el barón hace uso de la lógica, es decir, del principio de no-contradicción para argumentar que los sistemas teológicos y metafísicos están plagados de razonamientos que se excluyen mutuamente.

Para reforzar aún más el segundo argumento, el barón detalla un tercer argumento relacionado con los desacuerdos doctrinales entre los representantes de los diferentes sistemas teológico-metafísicos. Explica que este tipo de creencia no debe considerarse objetiva ni mucho menos universal, ya que los sacerdotes de diferentes sectas o religiones se acusan mutuamente de impiedad y herejía.

Finalmente, el filósofo se interesa en explicar qué es verdaderamente la religión. Una vez asentado el hecho de que la teología y la metafísica no pueden considerarse conocimientos lógicos o verdaderos, se impone la tarea de descubrir las razones que motivan su creación.

Su conclusión es contundente: las religiones, la teología y la metafísica no son más que un conjunto de supersticiones antinaturales que fueron creadas para defender la tiranía, el despotismo y la arbitrariedad. Holbach estuvo siempre convencido de que la religión es un arma letal que es utilizada por los sacerdotes para controlar a los reyes y a los pueblos a través de la superstición.

ii. La sensibilidad, la experiencia y la lógica contra la teología

Cuando Holbach se refiere a la teología, la describe de la siguiente manera: «En esta extraña región, la luz no es otra cosa que oscuridad; lo evidente parece dudoso o falso; lo imposible deviene creíble; la razón es una guía infiel y el buen juicio se transforma en delirio». Considera, entonces, que la religión es un sistema de creencias basado en la nada, sistema que se atribuye el derecho de adormecer a la razón y despertar a la imaginación. La teología, en este sentido, sería una especie de literatura fantástica escrita para controlar a los hombres a través del miedo y la superstición. En sus palabras: «la religión es el arte de tener ocupadas las mentes limitadas de los hombres sobre aquello que no pueden comprender».

Ante esta literatura fantástica, propone la reivindicación de una epistemología empírica. En el parágrafo número 3 expone lo siguiente: «Los principios de la religión se basan en algunas ideas respecto a Dios. Pero para los hombres es imposible forjarse ideas sobre un ser que no es perceptible por los sentidos. Todas nuestras ideas son representaciones de los objetos que suscitan sensaciones en nosotros». En el origen de su ateísmo se encuentra, por un lado, este empirismo radical en el que se expone que todo lo que podemos conocer tiene que pasar por el filtro de los sentidos. Pero ese ateísmo es defendido no solamente a través de este frente, sino también, mediante la lógica.

Aunque Holbach considera a los sentidos como la fuente de la que proceden todas nuestras ideas, eso no significa que les atribuya un absoluto dominio sobre la razón. Opuestamente, el hombre se previene contra los engaños de los sentidos haciendo uso de la experiencia y la lógica. La experiencia, a diferencia de la sensación, es un tipo de conocimiento acumulado que nos enseña a reconocer los errores más comunes producidos por los sentidos. Por ejemplo, que un cuerpo se ve más pequeño de lo que realmente es cuando aumenta su distancia respecto a nosotros. La lógica, por su parte, nos enseña algo profundamente valioso: el principio de identidad y el principio de contradicción. Mediante estos dos principios, la razón puede corregir a la sensibilidad, ayudándole a avanzar sobre un camino seguro. Gracias a esos dos principios, se pueden llegar a descubrir las falacias, esto es, los modos inválidos de proceder del juicio humano. En este sentido, la filosofía del barón demuestra un desarrollado conocimiento de la falacia petitio principi tan utilizada en los razonamientos teológicos.

Cuando Holbach se pregunta si Dios puede existir o si puede ser conocido por el hombre, hace uso del principio de identidad para concluir que dos entes que se presumen absolutamente diferentes, no pueden tener relación alguna entre sí. En sus palabras: «Si Dios es un ser infinito, no puede existir alguna proporción entre el hombre y su Dios, ni en este mundo ni en otro. Entonces, la noción de Dios no será objeto jamás del intelecto humano».

Haciendo uso de estos mismos principios lógicos, en otro lugar argumenta:

«Una cosa es imposible cuando contiene dos ideas que se anulan recíprocamente, y que no se puede ni concebir ni poner en concordancia con el pensamiento… Todo lo que de Dios ha sido dicho o es ininteligible o se revela contradictorio, y por esto debe ser considerado imposible por toda persona dotada de buen juicio».

Finalmente, acusa a la teología de fundarse en una falacia de petitio principi:

«todas las religiones se han fundado en lo que en lógica se llama “petición de principio”: se hacen suposiciones arbitrarias y se desarrollan demostraciones partiendo de las suposiciones creadas». .

¿Cómo es posible, entonces, que a pesar de no poder percibir a Dios y a pesar de concluir que el ser humano es incapaz de comprender algo sobre los asuntos divinos, existan tantos hombres profundamente religiosos? La respuesta de Holbach es concisa. La religión se aprovecha de la ignorancia y credulidad de los ignorantes para adoctrinarlos en las fantasías de las cosas divinas. De hecho, va más allá de eso al afirmar que los hombres creen en Dios porque se encuentran fuertemente aterrorizados por los males de este mundo y el miedo, concebido en estos términos, aniquila o debilita el uso de la razón. En sus palabras: «En religión, los hombres son solamente niños grandes».

Pero el hecho de que la religión sea una especie de literatura fantástica no significa que no tenga ningún impacto en la vida de los hombres. Todo lo contrario. En una época en la que los seres humanos se encuentran encadenados por las quimeras teológico-metafísicas, la religión y sus instituciones ocuparon un lugar preponderante en la vida pública.

Holbach pretendió contribuir al aniquilamiento de la ingenuidad política de los creyentes mediante su ensayo. Su manera de hacerlo fue denunciando que el fundamento de la religión y la teología es realmente la voluntad de poder. Los primeros legisladores de los pueblos se propusieron conscientemente dominar a los hombres. El modo de llevar a cabo este dominio fue a través de la proliferación de la superstición, el miedo y el secreto. En sus palabras: «El Dios metafísico es un artesano sin manos; no es apto más que para producir nubes, sueños, locuras y controversias».

Pero la crítica de Holbach a la religión no se reduce a una crítica epistemológica o lógica. Gran parte de sus esfuerzos están puestos en demostrar la inmoralidad que esconden las concepciones religiosas del mundo. Consideró que la religión nunca se ha sentido satisfecha con el mero hecho de crear una literatura fantástica, sino que, además, la ha utilizado para sembrar la intolerancia entre los hombres, así como para justificar las locuras más dañinas.

El barón defendió su ateísmo de principio a fin. Jamás abandono su convicción de que la religión es la fuente de todos los prejuicios naturales y sociales. A su parecer, las religiones del mundo, a través de la propagación de sus diferentes doctrinas, pervierten a los seres humanos desde la infancia. Por lo mismo, afirmó:

«El cerebro humano es, sobre todo en la infancia, materia modelable, sujeta a recibir todas las marcas que se quieran efectuar. La educación alimenta al niño con casi todas sus creencias, en un periodo en el cual es incapaz de juzgar por sí mismo».

iii. Ciencia y ontología

Holbach es un iluminista en el sentido estricto de la palabra. Nunca estuvo dispuesto a justificar los prejuicios. Opuestamente, consideraba que el conocimiento científico de los fenómenos naturales y humanos es la condición necesaria para el desarrollo de la razón y la felicidad humana. Estaba convencido que el poder de la especie humana es el conocimiento verdadero de la naturaleza, es decir, el conocimiento de las leyes constantes y múltiples que la definen. Su visión ontológica de la realidad, y su empirismo crítico, está fundado en un materialismo coherente que parte de estas ideas.

En sus palabras:

«El universo es una causa, no es un efecto. No es una obra, no ha estado hecho, porque era imposible que lo fuese. El mundo siempre ha existido, su existencia es necesaria. El mundo es causa de sí mismo. La naturaleza, cuya esencia es evidentemente obrar y producir, no tiene necesidad, para cumplir sus funciones como lo hace ante nuestros ojos, de un motor invisible, mucho más desconocido de cuanto sea ella misma. La materia se mueve por su propia energía, como consecuencia necesaria de su propia heterogeneidad; la diversidad de los movimientos y de su modo de obrar constituye, por sí misma, la diversidad de la sustancia. Nosotros distinguimos los seres por la diversidad de las impresiones o de los movimientos que comunican a nuestros órganos».

La concepción ontológica de Holbach estuvo fuertemente influida por la concepción de algunos filósofos presocráticos. En este sentido, destaca su sobresaliente posición respecto al origen de la existencia del universo. Para la tradición judeo-católica la existencia del universo es el resultado de una creación ex nihilo. Esto significa que para esta tradición todo lo que existe es el producto de la creación divina, la cual habría creado todo de la nada. En cambio, para los griegos, está concepción no tenía ninguna validez. En los textos de Hesíodo, por ejemplo, se puede verificar que no existe un inicio a partir de la nada, sino más bien un inicio determinado por los elementos primordiales (Caos, Gea y Eros).[7] En esta misma serie de ideas, se destaca también la concepción de Jenófanes, poeta pre-filosófico que concibió la idea de que todo estaba formado a partir de los dos elementos primigenios: el agua y la tierra.[8] Igualmente representativa es la concepción de Empedocles, que creyó que el fundamento último de la realidad eran los cuatro elementos: fuego, agua, tierra y éter.[9] Esta concepción ontológica parte de una base muy sencilla: los cuatro elementos materiales que se combinan y se repelen siendo determinados por dos principios: el amor (philotes) y la discordia (neíkos).[10] El propio Holbach demuestra la influencia de estas ideas en su pensamiento, mismas que le fueron transmitidas mediante la lectura de Epicuro, al que cita a lo largo del ensayo en al menos una ocasión.

La creación ex nihilo y la concepción del motor inmóvil, esta última utilizada constantemente por los interpretes medievales de la filosofía aristotélica como causa eficiente o Dios, no tienen lugar en la concepción filosófica de Holbach. De hecho su noción filosófica sería confirmada en algunos rasgos por la física moderna. El barón sostenía que el movimiento, esto es, la energía, proviene de la materia o, mejor aún, que la materia y la energía se equivalen. Argumentando de este modo, concluyó que el movimiento de la materia no es algo que se pueda explicar a través de la acción divina. Esta concepción está fuertemente influida por las observaciones de la ciencia química y la geología que eran del interés del barón. En el siguiente fragmento se puede observar detalladamente su particular concepción. En esta, describe que el movimiento físico de la materia es el resultado de ciertas combinaciones químicas elementales:

«¿La luz cerrada en una botella o privada de aire no se inflama cuando se expone al aire? ¿La harina y el agua no entran en fermentación apenas son mezcladas? Así, sustancias muertas generan desde sí mismas el movimiento. La materia tiene entonces el poder de moverse; y la naturaleza, para actuar, no tiene necesidad de un motor que, por la esencia que se le atribuye, no estaría en grado de crear».

En la filosofía de Holbach se expresa una visión científica y determinista de la naturaleza humana. En este sentido, no se contenta con aceptar la existencia de la inteligencia humana, sino que más bien, busca explicar su causa material. Su exposición en este tema es bastante representativa. En su argumentación deja entrever que la inteligencia humana es el resultado de la disposición de los órganos materiales del cuerpo. En lugar de recurrir a la concepción teológica que considera que la inteligencia humana está causada por la voluntaria hechura divina, es decir, porque el hombre estaría hecho a imagen y semejanza del Creador a través del lógos, Holbach opta por una explicación materialista y naturalista, en la que se considera el desarrollo de la anatomía y la fisiología humanas como la causa determinante de la inteligencia. En el desarrollo de estas ideas se puede adivinar, quizá, la influencia de las ideas de Le Mettrie. Pero veamos la argumentación del barón, pues habla por sí misma:

«El hombre me parece una producción de la naturaleza, como todas las otras que ella contiene…. Un grado mayor o menor de fineza en los órganos, del calor de la sangre, de la fluidez de las sustancias liquidas, de elasticidad o rigidez en las fibras o en los nervios, deben producir necesariamente la infinita diversidad que se observan entre los ingenios de los hombres. Es con el ejercicio, la habituación y la educación que el ingenio humano se desarrolla y llega a estar por encima de los seres que lo circundan: el hombre sin cultura y sin experiencia es un ser desprovisto de razón y de habilidad, no menos que las bestias. Un estúpido es un hombre cuyos órganos apenas se mueven, cuyo cerebro es lento para ponerse en acción, cuya sangre circula con poca velocidad: un hombre de ingenio es aquel cuyos órganos están bien articulados, es aquel que siente con gran rapidez y que tiene un cerebro de movimientos rápidos; una persona culta es un hombre cuyos órganos y cerebro se han ejercitado largamente sobre objetos que le interesan».[11]

Agregando más adelante:

«Todos los cuerpos, orgánicos e inorgánicos, son el resultado de determinadas causas destinadas a producir necesariamente los efectos que vemos. Nada en la naturaleza puede suceder por casualidad; todo es consecuencia de leyes fijas; tales leyes son los vínculos necesarios de ciertas causas con sus respectivas consecuencias».[12]

iv. Concepción antropológica

La concepción antropológica de Holbach se destaca por su enorme actualidad. Las descripciones más detalladas y más exactas con las que contamos actualmente de la naturaleza humana son deudoras de este naturalismo. La ciencia moderna que estudia la anatomía y el funcionamiento del cuerpo humano se ha desarrollado aceleradamente en los últimos siglos, todo esto gracias a la consolidación de la explicación causal de los fenómenos biológicos. En esta concepción, solamente los elementos naturales, observables y verificables son considerados causa de los procesos, desechando, con esto, cualquier explicación espiritual o inmaterial de los fenómenos.

Del mismo modo, la ciencia se propone evitar la explicación casual de los fenómenos, pues, «los hombres se sirven de la palabra casualidad para esconder su ignorancia respecto a las verdaderas causas». La voz del filósofo reivindicó en su ensayo la idea de que la naturaleza tenía leyes fijas y estables que se podían conocer a través del uso del buen juicio. En tal sentido, explica claramente:

«La naturaleza sigue constantemente un mismo camino: vale decir que las mismas causas producen los mismos efectos, siempre que su acción no sea modificada por otras causas que las obliguen a producir efectos diversos… Maravillarnos por ver reinar un determinado orden en el mundo, significa estar sorprendidos de que las mismas causas produzcan constantemente los mismos efectos. Quedar sorprendido por el desorden significa olvidar que, si las causas cambian o interfieren unas con otras, los efectos no pueden ser iguales. Sorprenderse observando un orden en la naturaleza significa sorprenderse de que algo pueda existir: significa maravillarse de la propia existencia….»

De la mano de esta concepción naturalista y causal, en la filosofía del barón se adivina un radical escepticismo que contradice el antropocentrismo, entendido como la postura que reivindica la superioridad ontológica de la especie humana sobre todos los demás seres.

Holbach no encontró razones verdaderas, es decir, razones no teológicas o no metafísicas, que fueran útiles para sostener la supremacía ontológica de la especie humana. Las razones aducidas para desarmar esta concepción medieval se desprenden de, al menos, tres raíces.

El primer argumento de Holbach es de carácter ontológico. Su formulación podría expresarse de la siguiente manera: el ser humano no puede considerarse el ser más excelso del universo porque es un ser deficitario y propenso a errores. El desarrollo de esta idea consiste en gran medida el objetivo del texto entero. El hombre, víctima de los prejuicios, la ignorancia y el miedo, es incapaz de percatarse de las cosas más esenciales. El ser humano ha vivido siempre esclavizado por estos tiranos implacables, razón por la que no ha podido abandonar su indigencia natural. En tanto que el ser humano se ha servido muy poco del buen juicio ha estado condenado a actuar como un ser errático en todos sus pensamientos y en todas sus acciones. Un ser así no puede considerarse un ser ontológicamente sobresaliente.

El segundo argumento puede considerarse de carácter moral. Holbach no admite que el ser humano haya demostrado su superioridad a través del desarrollo de su comportamiento moral. Por el contrario, cree que la especie humana es culpable de los actos más feroces, violentos y bárbaros jamás vistos. Su refutación de la excelencia moral del hombre se manifiesta claramente en las siguientes líneas:

«La crueldad de las bestias contra otras especies tiene como móvil el hambre, la necesidad de nutrimento; la crueldad del hombre contra el hombre tiene por único motivo la vanidad de sus jefes y la locura de sus absurdos prejuicios».

Se puede considerar que Holbach no solamente combate la supuesta supremacía moral de la especie humana en estas líneas. Hace algo más que eso. Subvierte la concepción predominante al asegurar que el hombre no es el animal más moral del universo, sino, más bien, el animal más cruel. Cree que los prejuicios, la ignorancia y la violencia se entrelazan en su ser para dar vida a una naturaleza destructiva. Desgraciadamente, esta característica natural de la especie humana constituye un hecho fatal. El ser humano es un animal deficitario y cruel, sin embargo, estas características no se deben ni siquiera a su voluntad.

Holbach abraza el determinismo y el mecanicismo como un modelo aplicable a la naturaleza y al hombre. Estuvo convencido que la teoría del libre arbitrio constituye una argucia más de los teólogos y los metafísicos. Si el hombre no es libre, tampoco puede considerarse un ser óptimamente moral. En su fragmento 80, expone esta idea con detenimiento. Sus argumentos son fundamentalmente cuatro.

Primeramente, el ser humano no elige nacer o no nacer. En segundo lugar, el hombre no elige su lugar de nacimiento ni sus antecesores. En tercer lugar, el hombre no elige las ideas ni las opiniones con las que es educado. Finalmente, las pasiones y los deseos de los hombres son la consecuencia necesaria de su temperamento. De este modo, Holbach se suscribe a un determinismo absoluto en lo referente a la naturaleza y la conducta humana. El ser humano no es libre jamás, no lo es en sus elecciones, no lo es en su constitución esencial y por supuesto está encaminado a ir detrás de sus verdaderos móviles. Como el ser humano no es libre, está condenado a ser arrastrado por lo que considera más útil o placentero, determinación que lo hace igual al resto de los animales.

Finalmente, el filósofo expone un tercer argumento natural en contra de la supremacía del hombre. Frente a la tesis teológica-metafísica que sostiene la superioridad del ser humano a causa de su supuesta alma inmortal, Holbach se posiciona claramente en contra, pues rechaza la validez de un principio que se basa en especulaciones y que, además, contradice el sentido común. Su reflexión se desarrolla de la siguiente manera:

«El cuerpo humano, después de la muerte, es solamente una masa incapaz de producir los movimientos que en conjunto constituían la vida; en el cadáver no se percibe ni circulación, ni respiración, ni digestión, ni la palabra, ni el pensamiento. Se pretende que suceda así porque el alma se ha separado del cuerpo. Pero decir que esta alma que no conocemos en absoluto es el principio de la vida equivale a no decir nada, excepto que una fuerza ignota es el arcano principio de movimiento imperceptible. No hay nada más natural y simple que creer que el muerto no vive más; no hay nada más extravagante que creer que el muerto esté todavía vivo».

El razonamiento de Holbach es simple y está fundado en una evidencia empírica irrefutable. Solamente el cuerpo vivificado está capacitado para experimentar sensaciones o realizar actividades. Las sensaciones se producen porque los órganos tienen la capacidad de recibir información. Se necesita tener órganos para sentir, cuando el hombre muere, comienza la descomposición, proceso que conducirá progresiva e inevitablemente a la muerte total del individuo. Las observaciones demuestran que no existe una vida después de la vida, que creer en un alma es absurdo y que creer en su inmortalidad lo es aún más.

En suma, con su particular concepción antropológica que contiene elementos materiales, naturales y mecanicistas, Holbach define la posición del hombre moderno, el hombre de ciencia, frente a la teología y la metafísica medieval. Esta posición es tan radical que no hay marcha atrás. El conocimiento de la naturaleza y del hombre debe prescindir de todos los contenidos de la religión, así como de sus interpretaciones. La antigua escala de los seres, defendida por gran parte de los teólogos medievales para justificar el orden jerárquico del universo y su realización en el modelo de la sociedad estamental, debía ser desechada como lo que era: una superstición sin verdaderas bases empíricas o racionales.

v. El fundamento de la moral y el derecho

El barón Holbach condujo su crítica religiosa a horizontes insospechados. Su combate a la religión como una lucha frontal contra la ignorancia, la credulidad y la alienación, lo llevo a concluir que el hombre debe mantener una posición comprensiva hacia todos los seres vivos. Consideró presuntuoso y absurdo que el hombre se imaginase el centro del universo. Dedujo, gracias a estas convicciones, que el hombre, de hecho, puede comportarse como un ser cruel y bárbaro cuando es animado por concepciones fantásticas del mundo. Señaló, por lo mismo, que la religión nunca ha conseguido hacer a los hombres más buenos de lo que son utilizando sus fantasmas y sus quimeras. En cambio, estaba convencido de que una concepción materialista podía realmente ayudar a que el hombre fuera más consciente y, también, más bueno. Su posición en este tema podría estar inspirada por alguna filosofía oriental como el budismo o el jansenismo, pues ambas ofrecen ideas muy similares. Holbach argumentó que la igualdad entre los seres humanos y los animales consiste en que todos los seres sintientes sufren. Sobresaliente será el hecho de que precisamente de esta consideración surgirá el fundamento de su particular concepción de la moral humana.

Contrariando las tesis ofrecidas por los teólogos y los metafísicos que establecían como fundamento de la moral la sacralidad de los preceptos divinos, Holbach cree que la moral no necesita fundarse en la religión. Cree, en principio, que Dios no existe, pero que en caso de existir sería imposible conocer su voluntad. Además, agrega que ni la promesa del paraíso ni el miedo que podría producir la existencia del infierno, consiguen condicionar verdaderamente las acciones de los hombres. Por la misma razón, la religión estaría completamente desarmada para fundamentar una moral y para orientar la conducta humana.

Nuestro filósofo iluminista pensó, al igual que Jenófanes, que los seres humanos habían creado a los dioses mediante su propia imaginación. Además de eso, creyó que dicha creación no fue ni siquiera ingeniosa: los hombres se utilizaron a sí mismos como modelos para proyectar una imagen de su Dios. En este sentido, es bastante interesante el argumento literario que utiliza Holbach para demostrar este hecho. Hace uso de la Divina Comedia, una obra literaria considerada por muchos como inspirada por alguna fuerza divina. Obviamente, el barón no encuentra nada divino en la descripción de Dante, sino más bien, la prueba irrefutable de que los hombres se crean dioses caprichosos e irracionales que se les asemejan:

«Dante, en su canto del Paraíso, cuenta que la Divinidad se le ha aparecido bajo la forma de tres círculos que forman un iris, y cuyos vivaces colores generaban tanto una como otra forma, pero queriendo fijar la mirada a su luz deslumbrante, el poeta no vio nada más que su propia imagen. Adorando a Dios el hombre se adora a sí mismo».[13]

Holbach creyó que la configuración de la realidad es un hecho que comprueba la inexistencia de Dios, o, en todo caso, que comprueba su crueldad y arbitrariedad. En el fragmento número 60 especificó que el más pequeño ser viviente que sufre constituye un argumento irrefutable contra la Providencia y su infinita bondad. Consideraba, entonces, que una economía divina que permite el sufrimiento es profundamente cruel, pues se manifiesta más como un signo de maldad que de bondad.

Las tesis presentadas en el Buen Juicio acerca del origen y del fundamento de la moral parten de la evidencia de que las religiones han producido que los hombres se inclinen al mal. De hecho, considera a las usanzas religiosas como portadoras de la mancha de la estupidez y la barbarie. Esta posición lo llevará a esbozar algunas declaraciones intolerantes hacia el pueblo judío. El antisemitismo de Holbach está motivado por su desprecio a la religión, en especial a sus manifestaciones monoteístas. En el fragmento 121 nombra al pueblo judío como una nación pervertida por su supuesto fanatismo religioso. No obstante, en el siglo XX, Sigmund Freud, un intelectual judío, desarrollaría estos argumentos para defender una de sus tesis más polémicas. Según Holbach y según el propio Freud en su ensayo sobre Moisés y la religión monoteísta, Moisés fue solamente un egipcio cismático.

La tesis de que la religión no es importante para la fundamentación y el desarrollo de la moral es desarrollada sobre todo en el siguiente fragmento:

«Para desilusionarnos respecto a la utilidad de las creencias religiosas, basta abrir los ojos y considerar cuál es el comportamiento moral de los pueblos más sometidos a la religión. Ahí vemos tiranos orgullosos, cortesanos pérfidos, innumerables embaucadores del dinero público, magistrados sin escrúpulos, embusteros, adúlteros, libertinos, prostitutas, ladrones y malvivientes de todo género, los cuales no han jamás dudado en la existencia de un Dios que castiga y remunera, ni de los suplicios del infierno y los placeres del cielo».[14]

En los fragmentos posteriores expone detalladamente dos tesis. En primer lugar, que la religión es el freno menos eficaz contra los actos inmorales o socialmente dañinos. En segundo lugar, que el honor es un freno más saludable al estar fundado en la naturaleza humana que debido al pudor, huye del deshonor y persigue la gloria.

Uno de los aspectos en los que se muestra de mejor manera la profundidad del pensamiento de Holbach es el referente a su interpretación del verdadero origen y utilidad de la moral religiosa. En ese sentido, su análisis es profundamente moderno, antecediendo las ideas de otros pensadores defensores del ateísmo. Nuestro filósofo estuvo convencido de que la moral religiosa servía para tres fines complementarios. En primer lugar, para concentrar el poder en los sacerdotes que administran los textos sagrados y las ceremonias. En segundo lugar, para justificar el despotismo y la tiranía de los reyes. Finalmente, para asegurar el dominio de los sacerdotes y los reyes, los dos estamentos con más poder en todo el medievo, sobre los infelices hombres comunes. De tal modo, la religión no es solamente un sistema de falsedades inocuas, sino más bien, una superstición peligrosa que priva a los hombres de la posibilidad de ilustrarse y, en última instancia, de su derecho a rebelarse. Por la misma razón, un sistema de esta naturaleza es incapaz de sostener un sistema moral racional, universal y objetivo, pues su finalidad es la de justificar y eternizar el dominio de algunos charlatanes sobre la mayor parte del género humano.

¿Cómo ha conseguido la religión pervertir la moral? En primer lugar, Holbach piensa que ha oscurecido sus verdaderos principios. Desde su punto de vista, la religión forma hombres con sentimientos antisociales y con comportamientos intolerantes. La moral, en cambio, promovería la tolerancia y la sociabilidad como los fundamentos supremos del obrar humano.

El buen juicio es una clara muestra de la profunda conciencia histórica del barón. Jamás cesó de denunciar que por causa de la religión se habían cometido las peores atrocidades, las más sangrientas persecuciones y las más inhumanas carnicerías. La única forma en la que creyó que era posible crear una sociedad de hombres basada en los verdaderos principios morales, sería reconociendo la libertad de culto y de opinión. En su fragmento 157 desarrolla esta idea y adelanta que los ministros de la religión siempre serán fuertes opositores de esta tolerancia religiosa por considerarla contraria a sus intereses materiales.

¿Pero si la moral no puede fundarse en la religión y por el contrario debe admitir como principio incontestable la libertad de culto y opinión, cuál podría ser el fundamento real de esta abierta tolerancia? La filosofía de Holbach es una filosofía profundamente humanitarista. Considera que la moral es un bien social encaminado a promover y mejorar las relaciones sociales. Por la misma razón, piensa que la moral debe fundarse:

« en las relaciones, las necesidades y los intereses duraderos de los habitantes de la tierra… La ley que obliga al hombre a no dañarse a sí mismo está basada en la naturaleza de un ser sensible que, independientemente de su nacimiento o su suerte, está obligado por su esencia actual tanto a buscar el bienestar y a huir del mal, así como a amar el placer y temer el dolor. La ley que obliga al hombre a no dañar a los otros y hacer el bien está basada en la naturaleza de los seres sensibles que conviven en sociedad, para los cuales, por su esencia, están obligados a despreciar a aquellos que se oponen a su felicidad o de los que no reciben ningún bien… La necesidad del ser sintiente y pensante es sentir y pensar para comprender lo que debe hacer para sí mismo y para los otros. Yo siento y el otro siente como yo: este es el fundamento de toda moral.».[15]

En suma, el fundamento de la moral y del derecho mismo, para Holbach, es independiente de toda concepción religiosa. Su concepción ofrece una de las primeras evidencias de la desacralización de los principios morales y jurídicos. A cambio, ofrece una visión secular que puede ser compartida por cualquier ser racional y sintiente. En lugar de la falsa conciencia que ofrece la religión, es decir, la conciencia de hacer el bien por la sacralidad de la moral o por la búsqueda interesada de la salvación, Holbach ofrece un fundamento de la moral que puede ser compartido universalmente por todos los hombres: la empatía.

Cuando el barón analiza la razón por la que los hombres son sujetos de deberes frente a los demás individuos plantea un móvil ingenioso que toma distancia de la doctrina del libre arbitrio. En su pensamiento, los actos de los hombres pueden ser castigados por la sociedad no por el hecho de ser contrarios a la moral religiosa ni por estar operados desde la libertad. De hecho, los actos son castigados en la medida que producen dolor y otro tipo de males a los individuos que actúan legítimamente. En este sentido, cabría afirmar que el fundamento de la pena y los castigos lo ubica en la necesidad que tiene la sociedad de evitar futuros daños a sus miembros.

vi. Influencia en otras filosofías

Determinar con exactitud el impacto real de las tesis del barón en la filosofía posterior al Iluminismo es una empresa muy ambiciosa para esta pequeña introducción. A pesar de esto, en este pequeño apartado nos proponemos realizar algunos pequeños apuntes sobre esta materia. Los comentarios esbozados aquí forman parte de una reflexión particular que no pretende otra cosa que mostrar la posible influencia de las tesis de este texto en el desarrollo de filosofías más cercanas a nosotros en el tiempo.

En primer lugar, un elemento digno de tomar en consideración en las tesis de Holbach es su materialismo crítico. Este materialismo está en la base de su crítica anticlerical y antireligiosa. Por la misma razón, puede considerarse como uno de los antecedentes inmediatos de algunas posturas ateas y anticlericales del siglo XIX. Un pensador que desarrollo también un anticlericalismo tenaz a partir de su interpretación material de la historia fue Marx. Mediante su método particular, denominado materialismo dialecto y materialismo histórico, este filósofo prusiano desarrollo un modo de pensamiento compatible en, algunos puntos, con el pensamiento de Holbach.

En primer lugar, Marx comparte con Holbach la tesis de que Dios ha sido creado por el hombre y no a la inversa. En segundo lugar, comparte la idea de que las instituciones religiosas fomentan la ignorancia y la superstición con el objetivo de obtener y conservarse en el poder. Finalmente, el filósofo prusiano afirma una visión materialista incompatible con la fe y los dogmas religiosos. El pensamiento y la vida de Marx son un claro ejemplo del optimismo en el progreso humano iniciado con el Iluminismo. En su pensamiento está presente la convicción de que la filosofía no sirve solamente para conocer el mundo, sino para también para cambiarlo.

El programa filosófico desarrollado por Nietzsche es quizá la prueba más evidente de la influencia de Holbach en los pensadores del siglo XIX. En la filosofía del barón está presentes algunas de las tesis desarrolladas contra el cristianismo en el pensamiento de este controvertido e influyente intelectual. En primer lugar, sobresale la concepción de la religión cristiana como promotora del desprecio a la vida. En este sentido, las palabras de Holbach son contundentes:

«(Los sacerdotes) Hacen consistir la virtud en una renuncia total a la naturaleza humana, en un voluntario olvido de la razón, en un santo odio hacia sí mismos; en fin, estos sublimes preceptos identifican la perfección con una conducta cruel hacia nosotros mismos y perfectamente inútil a los otros».[16]

En segundo lugar, se encuentra planteada la tesis de que la religión fue concebida y perpetuada como una forma de dominio sobre los seres humanos. De este modo, la religión es concebida como un mecanismo que opera realmente desde la voluntad de poder.

Finalmente, destaca el ateísmo radical de Holbach como un elemento esencial para la subversión de los valores o subversión de la moral. Es emblemático que este camino condujo a Nietzsche a plantear que el reconocimiento de «la muerte de Dios» constituye un momento esencial para el posterior desarrollo de una moral basada en la vida.

En conclusión, la obra que presentamos al lector en lengua castellana puede ser considerada una disertación actual y universal, un símbolo emblemático del pensamiento filosófico del Iluminismo. Como su propio nombre lo indica, el Buen juicio (Le bon sens) está un paso más allá del mero sentido común (sens commun). El Buen juicio requiere sensatez, exige que el conocimiento se apegue a los datos otorgados por los sentidos y a las reglas del pensamiento correcto. Contra los argumentos provenientes de la opinión común, la impropiedad, Holbach reivindica el principio de la libertad de pensamiento o, como lo dice Kant: el principio que obliga a los hombres a salir por sí mismos de su culpable estado de minoría de edad.

III. Fuentes utilizadas en la traducción

Holbach, Paul Henri Thiry (1971) Le bon sens; ou, Idées naturelles opposes aux idées surnaturelles, Éditions rationalists, París.

Holbach, Paul Henri Thiry (1985) Il buon senso. Appendice le osservazioni di Voltaire. Versión italiana de Sebastiano Timpanaro. Milano: Garzanti.

Holbach Paul Henri Thiry (2004) Good sense. Versión en ingles de Anna Knoop. New York: Prometheus book.

IV. Bibliografía complementaria

Horkheimer y Adorno (2004), Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos. Traducción de Juan José Sánchez. Madrid: Trotta.

Minerbi Belgrado, Anna (1983) Paura e ignoranza: studio sulla teoria della religione in d’ Holbach. Firenze: Olschki.

Outram, Dorinda (1997) L’ illuminismo. Bologna: Il mulino.

Quintili, Paolo (2005) Illuminismo ed enciclopedia. Roma: Carocci.

Rossi, Pietro (1971) Gli illuministi francesi. Manoscritti clandestini. Torino: Loescher.

Sandrier, Alain (2004) Le style philosophique du baron d’ Holbach: conditions et contraintes du prosélytisme athée en France dans la seconde moitié du 18 siecle. Paris: Champion.

Tortarolo, Edoardo (1982) Il pensiero politico dell’ Illuminismo. Torino: Loescher.

Tortarolo, Edoardo (1999) L’ iluminismo: ragioni e dubbi della modernità. Roma: Carocci.

Ulrich, I (1993) L’ Europa dell’ illuminismo. Roma: Laterza

[...]


[1] Kant, I (1994) “¿Qué es la Ilustración?” , en Filosofía de la Historia, FCE, p, 5.

[2] Horkheimer y Adorno (2004) Dialéctica de la ilustración, Trotta, p. 59.

[3] Marx, (1976) Sagrada Familia, Crítica filosófica, VI, 2.

[4] Cassirer, E (1993) La filosofía de la ilustración, FCE, pp.110-111.

[5] Ibid, p. 23.

[6] Ibid, p. 79.

[7] Hesiodo, (2000) Teogonía, Alianza editorial, v. 116-120.

[8] Jenófanes (2004), Poema, FCE, I.4

[9] Empedocles (2004), Poema, FCE, I.1

[10] Ibid, 1.5

[11] Páragrafo 96 de la presente traducción.

[12] Ibid, 43

[13] Ibid, 47

[14] Ibid, 120

[15] Ibid, 170-177

[16] Ibid, 125

Ende der Leseprobe aus 251 Seiten

Details

Titel
El buen juicio o las ideas naturales opuestas a las ideas sobrenaturales de von Holbach
Untertitel
Estudio introductorio, notas y versión al castellano
Hochschule
Universidad Complutense de Madrid
Note
ninguna
Autor
Jahr
2012
Seiten
251
Katalognummer
V231832
ISBN (eBook)
9783656485445
ISBN (Buch)
9783656486435
Dateigröße
1228 KB
Sprache
Spanisch
Schlagworte
iluminismo
Arbeit zitieren
Dr. Diego Alfredo Pérez Rivas (Autor:in), 2012, El buen juicio o las ideas naturales opuestas a las ideas sobrenaturales de von Holbach, München, GRIN Verlag, https://www.grin.com/document/231832

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