La democracia como discurso: entre logos y mythos


Tesis, 2012

107 Páginas, Calificación: 10


Extracto


I. CONSIDERACIONES GENERALES

Ciudadano de un estado libre y miembro del poder soberano, por débil que sea la influencia que mi voz ejerza en los negocios públicos, el derecho que tengo de emitir mi voto me impone el deber de ilustrarme acerca de ellos. –Jean Jaques Rousseau (El Contrato Social)- En el medio político, algunos temas, posiciones ideológicas, ideas y objetos de estudio, así como conceptos o construcciones teóricas más completas, se ponen, digamos, de moda; predominan durante algún tiempo las investigaciones, los discursos, y las discusiones sobre ciertos temas. Este peculiar fenómeno está influido sobretodo por los contextos político-económico-social-cultural (aunque no sólo nacional, sino que responde a la influencia también que se tiene de otros países).

Ese contexto político, social y cultural que dio marco al final del siglo XX, y prima en uno nuevo, nos coloca en un mundo repleto de contradicciones, novedosos retos conceptuales y de innumerables necesidades y problemas por superar; desde el mejoramiento o la transformación de las instituciones del Estado para que puedan adaptarse a la nueva realidad, hasta la consolidación de esas mismas instituciones en los países que hoy por hoy no terminan aún de transitar de las viejas prácticas autoritarias a una vida política plenamente democrática.

Así entonces, con todo esto en juego, queda claro que el problema de pensar y reflexionar sobre la política en el mundo moderno y bajo la situación actual no puede fácilmente ser desligado del hecho de entenderle dentro de una lógica funcional de la democracia, es decir, que en la actualidad, democracia es, como si dijéramos, “verbo y no sustantivo”. La democracia es más una práctica, un modo de hacer las cosas en el ámbito público y privado, que una cosa o un hecho consolidado.

Entre los problemas que forman el meollo de la teoría política tradicional se encuentran aquellos que guardan relación, por ejemplo, con la naturaleza de la igualdad, de los derechos, de las leyes, de la autoridad, de las reglas. “Pedimos el análisis de estos conceptos, o nos preguntamos cómo funcionan estas expresiones en nuestro lenguaje, o cuáles formas de conducta prescriben o prohíben y por qué, o en cuál sistema de valores o de punto de vista encajan, y de qué manera lo hacen.”[1]

Nos hemos colocado en un punto inédito en la historia. Así, habiendo atravesado por convulsiones catastróficas y por tiempos de evolución, madurez y certeza científica, desarrollo tecnológico, modernidad, eficiencia y eficacia; concluyó ya la primera década del nuevo siglo. Aun cuando pareciera que hemos alcanzado el cenit de la existencia; aun aquí, aun ahora, seguramente mañana y después, una discusión sigue presente en las mentes de los que estudian la sociedad humana. Esta cuestión es precisamente saber qué hombre o qué hombres y bajo qué términos pueden y debiesen mandar o gobernar sobre los otros.

Cuando planteamos la que quizás sea la más fundamental de las interrogantes políticas: “¿por qué debería alguien obedecer a alguien?”, no preguntamos “¿Por qué obedecen los hombres?” –Algo que, empíricamente, la psicología, la antropología y la sociología podrían ser capaces de responder-, ni tampoco “¿Quién obedece a quien, cuando y donde, y determinado por cuales causas?”, que quizá podría contestarse fundándose en testimonios sacados de estos campos, o de campos semejantes. Cuando preguntamos por qué debería obedecer un hombre, estamos pidiendo la explicación de lo que es normativo en nociones tales como las de autoridad, soberanía, libertad, y la justificación de su validez en argumentos políticos. Estas son las palabras en nombre de las cuales se emiten órdenes, se obliga a los hombres, se libran guerras, se crean sociedades nuevas y se destruyen las viejas, expresiones que desempeñan un papel tan grande en nuestras vidas como cualesquiera otras, hoy día.[2]

Es así que la discusión y la cuestión planteada y esbozada, pertenece al universo de los problemas que la ciencia política busca entender y resolver de una determinada manera -ya que hay en las ciencias sociales exigencias académicas particulares y específicas que atañen siempre a las diversas disciplinas-.

Y es que sucede que entre muchas otras cosas no menos importantes tiene como propósito intrínseco (la ciencia política) comprender de mejor manera, tanto la contradicción ya dicha, como las formas que toma ese poder en la configuración de los diferentes regímenes y formas de gobierno; ofreciendo numerosas respuestas tanto ideales como prácticas, que en el interesante como sensible proceso que es la vida en sociedad han provocado diferentes consecuencias.

El presente trabajo tiene como objetivo primordial, exponer, primero, las relaciones prácticas y teóricas entre la democracia y el concepto de mito, como partes integrantes que son del vivir cotidiano en el mundo de hoy. Además y también de suma importancia, se centrará en la interesante cuestión de la distinción entre lo que es el logos democrático y el mythos democrático.

Todo ello a razón de que, a entender propio, la época actual en su ofrenda para la postrera historia del mundo se hubo constituido ya como la de la universalización de la democracia; ya sea como forma de gobierno, que es su naturaleza, o ya como forma de vida, con sus expresiones particulares de acuerdo al contexto en que se desarrollen las sociedades.

Justifico su pertinencia y trascendencia no sólo en el hecho del interés particular – que sería, tal vez, suficiente en términos de conocimiento-, sino en el hecho claro de que entonces, en el marco de lo que aquí se explique, es posible aseverar que se hubo consumado (la democracia) como un “lenguaje universalizado”, que trascendió las fronteras geográficas, de estatus y culturales y, después de todo, la salud física, psíquica y espiritual del hombre depende muy en primer lugar de la salud de sus palabras, es decir, de los vehículos insustituibles para sus relaciones.[3]

Se pretende una explicación en el sentido de que tal vez es la forma idónea para resolver la discusión acerca de quién debe gobernar, cómo y en qué condiciones; y en vista del desarrollo dado de los regímenes democráticos -que supera la mera extensión de los derechos políticos de la ciudadanía-. Es de resaltar así la importancia y la complejidad que atañe su estudio en sus distintas dimensiones y connotaciones.

Lo que hace que tales preguntas sean a primera vista filosóficas es que no existe acuerdo amplio sobre el significado de algunos de los conceptos a que nos referimos. Existe marcadas diferencias sobre lo que constituye razón válida para la acción en estos campos; o acerca de cómo habrán de establecerse, o aun hacerse plausibles, proposiciones que vengan al caso; acerca de quién o de qué constituye autoridad reconocida para decidir estas cuestiones; y por consiguiente, no hay consenso sobre la frontera entre la crítica pública válida y la subversión, o entre la libertad y la opresión, y así por el estilo. Mientras las respuestas que entran en conflicto se sigan dando a tales preguntas por parte de escuelas y pensadores diferentes, las perspectivas para el establecimiento de una ciencia, empírica o formal, en este campo habrán de parecer remotas.[4]

Este trabajo, entonces, en su pretensión de hacer notar las implicaciones mutuas o ya las exclusiones del logos y el mythos en los aspectos más importantes de las relaciones políticas de la democracia, y cómo se presenta en nuestra actualidad la dicha dicotomía, se ocupará de varios aspectos interesantes.

En primer lugar, una breve descripción de los pormenores conceptuales de la democracia, conscientes de la gran importancia que tiene el enmarcarle en una estructura más o menos congruente para poder entender las variadas definiciones que de ella hay. Además, poniendo de manifiesto el hecho de que no existe un único concepto de democracia, que sea universalmente válido o aceptado, sino que en realidad existe una gama amplísima de definiciones y concepciones que le rodean. Por tanto, existen, también, reservas y divergencias respecto a su aplicación y análisis.

Observar que mientras la democracia sea vista como una “forma” universalizada y particularizada a su vez, como un “habla” política cambiante, susceptible de críticas y adaptaciones a los contextos cultural, social, económico, etc., llevará, por ende, una estrecha relación con lo mítico. Y ya con esto, como reafirmación del mito para el interés de la ciencia política, observarle como un “lenguaje” también completo para comprender los contornos todos de la realidad social y humana.

Eso quiere decir que este acercamiento e interés en el habla mítica y sus pormenores estará en realidad ampliamente fundamentado en tanto que, el hombre que vive en sociedad, que somete, que ha conquistado el planeta, que conoce, duda, experimenta y concibe el mundo, no puede hacerlo sin que exista un marco que norme las cosas que hace; necesita justificar, basado en “algo”, aquella conquista, su actuar cotidiano y su vida política toda.

En segundo lugar, una aproximación al concepto de mito en tanto nos ofrezca un orden, una perspectiva de la realidad humana ni mejor ni peor que la que nos otorga “la razón” o el conocimiento científico, sino que sea un criterio interpretativo distinto y un abanico de posibilidades expresivas de la existencia del hombre y por tanto de las sociedades.

Es decir, ésta será una exposición que sugiere que la democracia precomprende siempre una mitología, pero donde no se ha de desvincular por completo o no se niegue jamás al mismo logos, a lo racional o a la objetividad científica, que también pertenecen al núcleo de lo humano. O sea, se expresa aquí la idea de integrar, de manera general y armónica ambos aspectos, aparentemente heterogéneos y opuestos.

Tercero; tras reconocer cómo los pueblos, que tienen siempre la humana necesidad de codificar los valores que rijan su vida, y requieren explicaciones que suelden y amalgamen el conocimiento -amén de la necesidad identitaria e ideológica-, intimarán siempre con los mitos. Es decir, exponer que un mito es aquí también ese “algo” que une a las comunidades.

Los problemas políticos difieren todos unos de otros, poseen su propia forma específica y se constituyen de acuerdo a una determinada circunstancia y, por tanto, las ciencia política debe también ser específica ya en sus objetivos, como instrumentos y procedimientos para darles tratamiento. Esto supone tomar en cuenta y analizar con cuidado los problemas que acarrea la expresión mítica, la legitimación de ciertas formas del poder, la compatibilidad de términos en principio contradictorios y la existencia de diversos valores. Por eso no podemos ignorar las implicaciones políticas del mito, puesto que está íntimamente ligado al soporte de valores y términos normativos, y así es que es posible que su estudio también sea trascendente en política.

Los objetivos anteriormente mencionados implicarán, por supuesto, tratar de resolver un variado número de cuestiones teóricas previas que deben ser revisadas, ilustradas y documentadas para iluminar la senda a tomar al desarrollar el trabajo. Necesario nos será, entonces, agotar también en orden ciertos escaños de un itinerario de investigación, puesto que es la forma más viable para explicar lo siguiente: la consolidación democrática, trascendido el sentido de la “forma de gobierno” (logos), y consagrado como la “forma de vida” (mythos) de nuestro siglo, en tanto que sucede que toda forma de gobierno precomprende un modus vivendi[5], un “mito” particular.

Por lo anteriormente dicho, es claro que no pretendo dar en este trabajo una nueva definición de la democracia, ni mucho menos poner en tela de juicio sus bondades o defectos, –existen ya muchos trabajos lo suficientemente verosímiles y extensos en este tenor; y serán expuestos y atendidos algunos- sino que, al considerar sus referencias míticas en el mundo contemporáneo se pueda evitar un tanto la rigidez estrictamente científica como la pretensión crítica de lo que debe ser la democracia.

Explicados los términos y aclarados los conceptos generales permítasenos, después, entender la coexistencia de ambos aspectos epistemológicos, y así tratar de responder a la cuestión de qué pasa cuando ambos términos son unidos y comparados a razón de exponer lo que podrían ser sus “relaciones” .

Para cumplir esta tarea, nos será preciso primero explicar y verificar la existencia de la dicha relación; y además también será preciso, si es que existe esta relación, preguntarnos por su importancia en la configuración de la vida política- y entonces, con lo anterior sea posible dejar de lado la infinitud de relaciones que podrían acarrearnos los conceptos –que resultan importantes pero no por ello determinantes en última instancia-.

Todo a razón de centrar el trabajo en mirar la forma en que, en la democracia, el logos y mythos se entrelazan, e indagar tal vez si es que dan lugar a otros fenómenos complejos. Y así baste por ahora decir, por tanto, que en cuanto a la democracia como discurso, logos y mythos no aparecerán como cosas disímbolas.

Todas las formas de gobierno requieren la conjunción de estos aspectos, en todas aparece también la dicotomía razón (logos)- fantasía (mythos); existe en los temas de gobierno un discurso sistemático, visto como intelectualidad o “razón”, que apela a los talentos y las potencias propias tanto del ser humano como individuo como de los estados mismos. Las formas de gobierno como formas también de un lenguaje comprenden la facultad de “expresión”; así, como logos, lo importante es el lenguaje estructurado lógicamente que faculta a la comunidad política para aprehender las condiciones mismas de la existencia social.

El mythos democrático y el logos democrático son “formas”, una (el logos) es forma de “hacer”, de gobernar y organizarse una sociedad -aun trascendido el sentido de la “forma de gobierno”, y consagrado como la “forma de vida”-, Así, la Democracia sigue conservando este carácter formal. La otra (el mythos) es una forma de “expresión”, una forma del lenguaje históricamente presente en la mente y realidad humanas – también es un marco que norma las cosas que el hombre hace y que ayuda a justificar esa actividad aunque de distinta naturaleza que nuestra razón-.

En “la democracia como discurso”, se pretende observar cómo esta forma de gobierno adquiere un sentido más amplio, pues al convertirle en un “lenguaje”, se nos aparece como una nueva forma de aprehender, transformar el mundo, y capacitarnos en los asuntos políticos. Este lenguaje ambivalente posee los rasgos bicéfalos que hemos llamado logos y mythos.

Por un lado, la democracia se da en un ámbito que se formula a nivel de conceptos y expresiones “lógicas”, tal es el caso del nivel –en términos de Norberto Bobbio- descriptivo; o también de la llamada democracia “maximalista”, que en sus esquemas explicativos se pretenden remitir a la naturaleza misma del gobierno democrático, a su esencia. Democracia como logos es alusión y búsqueda de la razón y veracidad.

Por otra parte, no siempre expresamos el aprecio que se merecen las cosas cotidianas por sí y en sí mismas; atendemos, en un afán de encontrar respuestas irreductibles, más a las cuestiones científicas y lógicas y olvidamos que en algunos casos, anterior a esa cientificidad se encuentra la vida misma, eso que nos impele a seguir adelante o que simplemente nos atrae de las cosas sociales hacia las mismas.

En segundo término, entonces, la democracia, que además de estudiarse como un arreglo del poder político, también alude a la forma en que se vive dentro de un estado de esta naturaleza, requiere un lenguaje expresión y su construcción de nuestra imaginación. Es ése lenguaje al que hemos pretendido llamar democracia como mythos, y podemos asegurar que siempre las formas de gobierno implican y necesitan una mitología que las justifique; regresando a Bobbio, es el nivel prescriptivo, y se ejemplifica en lo que se ha llamado democracia minimalista. Es un habla indeterminada que alude un nivel primigenio y onírico que antecede a la explicación racional de la naturaleza del gobierno y es expresión basada en un decir “sobrenatural” de la democracia como solución de los problemas políticos.

Así, para el siglo XXI la principal expresión mitificada es precisamente la democracia. Y el Mito Democrático, entonces, se nos representa como un cúmulo más o menos amplio de “formas”, “usos” y expresiones características del “cómo” se practica y vive dentro de una sociedad que se exige a sí misma cada vez más una vida política democrática, o sea regida por los valores que ésta acarrea.

II. LA DEMOCRACIA EN LA FILOSOFIA CONTEMPORANEA

Por lo pronto, todo el mundo es libre en este Estado (democrático); en él se respira la libertad y se vive libre de toda traba; cada uno es dueño de hacer lo que le agrada... esta forma de gobierno tiene trazas de ser la más bella de todas, y esta diversidad prodigiosa de caracteres es de admirable efecto, como las flores bordadas que hacen resaltar la belleza de una tela.

– Platón (La República, VIII) -.

Ya desde el siglo pasado el mundo entero hablaba de la democracia[6], y entonces se convirtió en un vocablo de un uso tan amplio que ha permeado en casi todos los aspectos de la vida del hombre; sin embargo, esto no ha ocurrido de una manera sencilla o simple de explicar.

De esta forma la enorme avalancha de transiciones democráticas que enmarcó el final del siglo XX y marcó el inicio del presente nos ha puesto de manifiesto la trascendencia de su estudio, en todos sus aspectos; para difuminar la niebla que aún le rodea y entender cómo debe funcionar, cómo es que funciona y cómo es que hoy rige la vida en sociedad.

Como expresión y bajo el aspecto lingüístico estrictamente, la democracia ha venido sirviendo como justificación y legitimación de un sinfín de formas políticas; ¿pero cómo explicamos eso en el contexto de este trabajo, sobre todo cuando en el valor más rígido y leal de la palabra misma, la forma política o la realización hecha régimen ha sido (en todos los casos de los estados modernos) muy distante y distinta a lo que a la letra dictan las definiciones más esenciales?

Si bien es cierto lo anterior, es posible destacar que la raíz, la esencia del concepto mismo de democracia no ha cambiado en realidad; es la forma de gobierno donde mandan los más. Por supuesto que se han agregado varias condiciones y especificidades, pero sigue siendo el gobierno del pueblo o de las mayorías.

Lo que cambia entre autores, entre escuelas o teorías es esa dosis de gusto o disgusto, la preferencia que se le tiene o no como gobierno mejor o peor en comparación con otras formas. Y sin embargo, con sus pros y sus contras la democracia sigue vigente.

Durante algún tiempo, la palabra “democracia” ha circulado en el mercado político como una moneda devaluada. Políticos con una amplia gama de convicciones y prácticas pugnaron por apropiarse de la etiqueta y adjudicársela a sus acciones. En cambio, los académicos dudaron de usarla –sin agregarle adjetivos calificativos- debido a la ambigüedad que rodea al término. El distinguido teórico político Robert Dahl, trató incluso de introducir un nuevo término, “poliarquía” en vez de democracia, con la (vana) esperanza de obtener una mayor precisión conceptual. Pero para bien o para mal, estamos “clavados” en la democracia como lema del discurso político contemporáneo. Es la palabra que resuena en la mente de la gente y que brota de sus labios cuando lucha por la libertad y por vivir mejor; es la palabra cuyo significado debemos discernir para saber si es útil para guiar el análisis y la práctica política.[7]

Por las características del trabajo y por necesidades intrínsecas al mismo, no pretendo hacer aquí un desglose meticuloso de las diferentes clasificaciones de las formas de gobierno, sino más bien, poner de manifiesto la trascendencia de una de aquellas formas tanto históricamente como en su parte conceptual y su valor actual; ésta es, a saber, la Democracia; aquella forma de gobierno en que el poder radica en el pueblo, el demos, los muchos, la mayoría.

Se trata aquí de exponer, no una definición – que de ello existen por supuesto otros muy vastos y doctos trabajos-, pero sí al menos la “actitud” de la democracia, en el sentido amplio de lo que le anima, en tanto que es eso precisamente lo que nos importa aquí -amén de sus estructuras y prácticas funcionales-. Una actitud en su aspecto común y corriente. Ya que parece claro que a veces lo ordinario y lo corriente, a pesar de estar tan cerca de nosotros y sernos tan obvio, se esconde al análisis estricto y rígido, y no se observa o bien, se discrimina.

En este momento tal vez lo mejor para el desarrollo del ensayo será empezar con una breve exposición-descripción de algunas teorías de la democracia. Para ello habrá que recurrir a la explicación, en primer lugar, de cómo el repentino desarrollo que han tenido los regímenes democráticos ha sido acompañado de múltiples factores importantes: además de que su caracterización más importante es la pugna por la generalización de derechos políticos, como, por ejemplo, la universalización del voto; también cobra gran importancia el carácter ideológico y las cuestiones del pensar ciudadano.

Además de todos los derechos, libertades y oportunidades que son estrictamente necesarios para que un gobierno sea democrático, los ciudadanos de una democracia tienen la seguridad de gozar de una colección de libertades aún más extensa… Aún más, la democracia no sobreviviría durante mucho tiempo a menos que sus ciudadanos fueran capaces de crear y mantener una cultura política de apoyo, una cultura general que efectivamente sustentara estas prácticas e ideales… una cultura democrática con casi total seguridad subrayará el valor de la libertad personal, y así dotará de apoyo a derechos y libertades adicionales.[8]

“La forma específica de la democracia depende tanto de las condiciones socioeconómicas de un país como de sus estructuras estatales arraigadas y de sus prácticas políticas.”[9] La democracia se nos convertirá aquí en un cúmulo amplio de nociones y directrices de la vida social, empero, debemos remitir siempre nuestra mirada hacia esos puntos finos que le delinean y le hacen accesible ante nuestro entendimiento y sobre todo observar los rasgos más radicales de los conceptos que le definen.

Es “forma”, como tal le debemos describir y comprender, puesto que es forma de gobierno, una manera que inventamos los hombres para poder hacer más soportable o para mejorar la vida que en llevamos sociedad. Su implantación e implementación se fundan en las concepciones primarias que de ella tenemos, su realización como régimen no puede entenderse sin una vasta gama de conceptos que le definen e integran al escenario de la política.

En segundo lugar, se ha de revisar cómo el sentido ambiguo, por una parte, con el que se ha manejado el término en la mayoría de las interpretaciones y la necesidad, por otra, de adaptarle al contexto en todas sus aplicaciones hacen que de la democracia exista. Sin embargo, un importante debate tanto académico como también en los diversos sectores y organizaciones políticas con respecto de las ventajas y/o desventajas de la misma como forma de gobierno, así como los mecanismos que le dirigen y las necesidades que la impulsan y sostienen.

La democracia, pues, no es una sola, una construcción teórico-política acabada, o mejor dicho aceptada en todas sus líneas; sino que en cada concepción y cada teoría convergen algunos planteamientos y divergen otros, que según la línea, la escuela, la teoría o las ideas de que uno logre o prefiera asirse para abordarle en su estudio, ésta (la democracia) se nos presenta con distintos rostros pero con rasgos en su faz que coinciden y nos sirven de guía siempre.

Las ciencias sociales son también ciencias hermenéuticas y narrativas, destinadas a ayudarnos a “interpretar” y “comprender” la realidad, no solo a cuantificarla; o deberían serlo. El observador de la sociedad no puede evitar orientarse a partir del significado que las personas dan a sus acciones, aunque luego lo filtre por sus modelos y técnicas de investigación. Y tampoco puede impedir que los resultados de su actividad investigadora, una vez conocidos, influyan después sobre la comprensión que los actores tienen de su propia realidad social, los resultados de los estudios sociales tendrían así un carácter “reflexivo” sobre la propia sociedad, ayudándola a “comprender” el mundo que la rodea.[10]

El problema del estudio de la democracia ha dejado de ser única y exclusivamente cuestión técnica y limitada a los procesos electorales, sus cómos y porqués; es necesario inmiscuirse en su estudio dentro de un esquema multidisciplinario que nos otorgue esos matices epistemológicos, filosóficos, psicoanalíticos, culturales y políticos naturalmente, capaces de lograr la conexión de todos los puntos de referencia concretos o metafísicos que la hacen posible (a la democracia) o le sirven de base.

En todas partes se han abandonado discretamente los adjetivos vagos como “popular”, “guiada”, “burguesa” y “formal”, para calificar a la “democracia”. Al mismo tiempo ha surgido un consenso notable sobre las condiciones mínimas que deben satisfacer las organizaciones políticas para merecer el prestigioso apelativo de “democráticas”. Actualmente existe una serie de organizaciones internacionales que supervisan en qué medida se satisfacen estos criterios; en algunos países incluso se las toma en cuenta para formular la política exterior.[11]

En la ciencia política resulta de grande y básica importancia el estudio de las formas de gobierno; gracias a estas podemos comprender cómo se ejerce el poder político en los diferentes Estados; así como es también posible analizar toda la organización política de las sociedades, pues, aunque con sus diferencias o carencias, las distintas clasificaciones ponen de manifiesto características y peculiaridades de cada forma de gobierno particular que resultan universales por ser tipologías sustanciales. En la tipología de las formas de gobierno se toma en cuenta más la estructura de poder y las relaciones entre los diversos órganos a los que la constitución asigna el ejercicio del poder.[12]

Dijimos antes que hay diversos tipos de democracia; y según hemos visto de entrada, existen diferentes expresiones e instituciones como prácticas y valores democráticos. La definición etimológica ofrece una faz. Sus expresiones materiales ofrecen distintos matices. Por ejemplo, Sartori explica:

La democracia no puede ser sencillamente el “poder del pueblo”, porque éste es sólo un nombre abreviado de la expresión completa: “el poder del pueblo sobre el pueblo”. El poder es una relación, y tener poder implica que alguien controla (de alguna manera y en cierta medida) a alguien. Además el poder real es el que se ejerce. De modo que ¿cómo puede todo un pueblo –decena o cientos de millones de personas- ejercer poder sobre sí mismo? No hay una respuesta clara a esta pregunta.[13]

Aunque, inmersos en un mundo cuyo corazón late fuertemente por los ideales democráticos, no es suficiente el valor de la decisión de las mayorías, la cuestión ha de volverse más profunda.

Norberto Bobbio, por ejemplo, hace un análisis interesante y elocuente de las maneras en que tanto la democracia como las otras formas de gobierno son vistas, de acuerdo con contextos históricos y con las diferentes tendencias ideológicas y académico-conceptuales, y nos la presenta (a la democracia), en cuanto a su definición, en tres diversos niveles o usos, que al igual que sucede en el estudio de las otras formas de gobierno se expresan y analizan de modo descriptivo (o sistemático), prescriptivo (o axiológico) e histórico[14] .

Con ayuda de estos “niveles”, que no son por más ni tajantes ni separados uno de los otros -sino que se entrelazan- podremos obtener otro tipo de catalogaciones para poder dar orden y coherencia a las cosas que estudiamos en este trabajo. Nos servirán, pues, para ser contemplados como eje o guía en la exposición de los pormenores de la democracia y poder guiar el ensayo en las sendas que ya se han señalado desde el comienzo. Puesto que necesitamos asirnos de un sistema más o menos congruente y no navegar a la deriva en el inmenso mar de ideas y conceptos de que se compone la ciencia política.

a) El modo descriptivo

El Estado, es una obra artificial que se significa cultural y socialmente a través de un conjunto de instituciones que transitan siempre por una serie de etapas, procesos y condiciones temporales y espaciales que dan pie al cambio y transformación de las mismas instituciones, puesto que como principal razón de ser, éstos deben canalizar los problemas, conflictos y soluciones de la sociedad.

Puesto que la democracia no puede ser entendida por separado y aislada de lo que observa la teoría de las formas de gobierno primero en los griegos, los modos antes citados pretenden antes que nada analizarle con respecto de otras formas, distintas en su naturaleza, pero con una “radical” empatía en tanto que pertenecen a un gran universo característico de lo que significa el gobierno y el poder de los Estados. La comparación en sí misma es un ejercicio esclarecedor que nos otorga una visión más clara de las cosas cuando se contraponen con otras de la misma naturaleza.

Así entonces, el modo descriptivo de estudiar las formas de gobierno atiende sobre todo su tipología y clasificación y es más que nada tendiente a exaltar diferencias y coincidencias. Es decir, el uso descriptivo de las tipologías tiene lugar cuando se utilizan para dar orden a los datos recopilados en una enumeración de sus características; es un glosario de los pormenores de cada forma de gobierno y un índice de sus particularidades y sus especificidades.

La visión descriptiva de la democracia corresponde, como alude el término mismo, a la acción de “delinear” las cosas mismas, al dibujo de una forma de gobernar, y a través de estos conceptos se les “representa”, de modo que damos cabal e íntegra idea de lo que realmente les caracteriza[15].

Como es de entenderse, el presente ensayo contempla este nivel del análisis de las formas de gobierno como esencial, puesto que, en términos del lenguaje, la descripción de las cosas es una de las principales funciones del mismo, y a través de éste referimos siempre las partes de las cosas como sus cualidades, defectos y enumeramos su circunstancias.

La democracia, atendiendo aún a Bobbio, como forma de gobierno, es un arreglo del poder político, una fórmula antigua en realidad. Ya desde las tipologías griegas aparece como una de aquéllas, específicamente la forma donde gobiernan muchos. Aun si hoy en día esta definición de la democracia como gobierno de la mayoría, en un primer momento, nos parece ya tediosa y obvia en tanto que sintomática.

Sin embargo, como primera definición y la más básica, es de suma utilidad para poderle entender en su andar temporal y su semblante moderno, pues en realidad aun entre aquella democracia antigua y la que hoy en día vivimos y practicamos, la primacía de los más es el signo característico, y el sentido más esencial y básico del término radica en este hecho. Además, nos encontramos en el nivel descriptivo, y el ejercicio debe partir de poner sobre la mesa los pormenores de la definición misma.

El pensamiento político griego nos legó una célebre tipología de las formas de gobierno de las cuales una es la democracia, definida como el gobierno de muchos, de la mayoría, o de los pobres (pero donde los pobres han tomado la supremacía es señal de que el poder pertenece al pléthos, a la masa). En síntesis, la democracia era un gobierno territorial, el demos (parecido al municipio contemporáneo) de acuerdo con la misma traducción de la palabra, del pueblo, a diferencia del gobierno de uno o de unos cuantos.[16]

El gobierno se hace democrático –expresa Platón- cuando los pobres, consiguiendo la victoria sobre los ricos, degüellan a los unos, destierran a los otros y reparten con los que quedan los cargos y la administración de los negocios, reparto que en estos gobiernos se arregla de ordinario por la suerte.[17]

[...]


[1] BERLIN, Isaiah, Conceptos y categorías, ensayos filosóficos, Fondo de Cultura Económica, México 2004, p.245.

[2] Ídem.

[3] DUCH, Lluís, Mito, interpretación y cultura, Empresa editorial Herder S.A., segunda edición, España, 2002, p.480

[4] BERLIN, Isaiah, Op. Cit., p.245.

[5] En este sentido, y en el libro VIII de la República de Platón. Para Sócrates la ciudad o polis y el alma del hombre son intercambiables y análogas. Por lo mismo, cree que a la forma de gobierno democrática le corresponde un tipo de hombre y vida democrática, lo mismo sucede con las demás formas de gobierno. Véase: PLATON, La República, libro VIII

[6] “Entre 1974 y 1990, por lo menos 30 países llevaron a cabo transiciones a la democracia, llegando casi a duplicarse el número de gobiernos democráticos en el mundo… la época actual en relación a las transiciones democráticas constituye la tercera ola de democratización en la historia del mundo moderno. La primera ola “larga” de democratización comenzó en la década de 1820, con la ampliación del sufragio a una gran parte de la población masculina en los Estados Unidos, y continuó durante casi un siglo hasta 1926, lapso durante el cual nacieron unas 29 democracias. Sin embargo, en 1922, la subida de Mussolini al poder en Italia marcó el inicio de una primer “ola contraria”, que para 1942 había reducido a 12 el número de estados democráticos en el mundo. El triunfo de los aliados en la segunda guerra mundial inició una segunda ola de democratización que llegó a su cenit en 1962 con 36 países gobernados democráticamente, para ser seguida por una segunda ola contraria (1960-1975) que volvió a reducir el número de democracias a solo 30”. HUNTINGTON, Samuel, P., “La tercera ola de la democracia”, DIAMOND, Larry, PLATTNER, Marc, F., el resurgimiento global de la democracia, UNAM, Instituto de Investigaciones Sociales, México, 1996, p.3

[7] SCHMITTER, Philippe, C., LYNN, Terry, Karl, “Qué es… y qué no es la democracia”, DIAMOND, Larry, PLATTNER, Marc, F., Ibídem, p.37.

[8] DAHL, Robert, La democracia. Una guía para los ciudadanos, Editorial Taurus, primera edición en México, 2006, p.62

[9] SCHMITTER, Philippe, C., LYNN, Terry, Karl, Op. Cit., p.38

[10] VALLESPIN, Fernando, el futuro de la política, Editorial Taurus, España, 2000, p.23

[11] SCHMITTER, Philippe, C., LYNN, Terry, Karl, Op. Cit., p.37

[12] BOBBIO, Norberto, Estado, gobierno y sociedad, por una teoría general de la política, Fondo de Cultura Económica, Duodécima reimpresión, México, 2006, p.144

[13] SARTORI, Giovanni, ingeniería constitucional comparada, Fondo de Cultura Económica, tercera edición, primera reimpresión, México, 2004, p.159

[14] BOBBIO, Norberto, Op. Cit., 2006, p.189

[15] Ídem.

[16] BOBBIO, Norberto, liberalismo y democracia, Fondo de Cultura Económica, México, 1989, p.32

[17] PLATON, la república o el estado, Biblioteca Edaf, Madrid, 1998, p.329

Final del extracto de 107 páginas

Detalles

Título
La democracia como discurso: entre logos y mythos
Universidad
National Autonomous University of Mexico  (Facultad de Ciencias Políticas y Sociales)
Calificación
10
Autor
Año
2012
Páginas
107
No. de catálogo
V233323
ISBN (Ebook)
9783656516408
ISBN (Libro)
9783656516453
Tamaño de fichero
1200 KB
Idioma
Español
Palabras clave
Democracia, mythos, logos
Citar trabajo
Francisco Reyes Nolasco (Autor), 2012, La democracia como discurso: entre logos y mythos, Múnich, GRIN Verlag, https://www.grin.com/document/233323

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