Para evitar cualquier tipo de divagación que merezca el calificativo de “flatus vocis”, podemos apuntar dos objetivos claramente definidos que teníamos antes de tratar con la obra.
En primer lugar establecer cuál o cuáles son las razones que nos permiten sostener al referirnos a Friedrich Nietzsche que su epistemología podría ser catalogada como naturalista y nihilista a su vez, ofreciéndonos como resultado un relativismo ineluctable. En segundo lugar concretar o incluso ser capaces de definir que pueda ser “ciencia” tras una atenta lectura de la Gaya Ciencia, y por lo tanto: ¿Qué status ha de conferirse a la praxis científica en la sociedad en base a la “definición” que Nietzsche nos ofrece?
Pero como cualquier lectura comprometida que se haga para con el filósofo germano, es más que preciso antes de nada señalar que la Gaya Ciencia excede en riqueza temática y expresiva el pobre acercamiento que nosotros con un interés únicamente epistemológico vamos a realizar.
Ìndice
I. Introducción
II. El insuperable faktum biológico
III. Una epistemología radical: Metáfora y Relativismo
IV. Ciencia: Concepto y Praxis científica
VI. Reflexión final
I. Introducción
Podríamos empezar esta ambiciosa recensión de la “Gaya Ciencia” aportando una serie de datos tales como cuál es el lugar que ocupa ésta obra dentro del corpus de la aportación filosófica nietzscheana, la relación que guarda con otra de sus obras cercanas como “Aurora” o incluso recaer sobre muchos de los parágrafos que nos adelantan ideas que más tarde encontraremos en alguna de sus obras como “el Crepúsculo de los ídolos” o “Mas allá del Bien y del Mal”, podríamos derrochar espacio y tiempo en señalar cada una de las similitudes más que evidentes que la Gaya Ciencia presenta con un breve opúsculo de una etapa anterior llamado “ Sobre verdad y Mentira en Sentido Extramoral”, sería posible realizar una descripción del contexto histórico del año en el que la obra se publica (1982). Una manera de comenzar sería pretender resumir cuál es la actitud general de este palmario filósofo germano frente a la misma filosofía u otro tipo de “saber sistematizador”, frente a toda “necrópolis de intuiciones”, o quizás en base a la atención a lo escrito en la Gaya Ciencia, podríamos especular acerca de qué consideraría Nietzsche sobre nuestro propósito de compilar en una pocas páginas una breve “síntesis” de algunas de sus propuestas o tanteos. Sin duda alguna podemos decir que nos apartaría con gesto convulso y decidido, pues si ni las más “magnas ciencias” merecen algún respeto para nuestro perínclito filósofo más allá de ser casuales medios de supervivencia, de nosotros no querría ni oír hablar pues ya sabemos cuál era su exigencia para prestar sus atormentados oídos: “No quiero oír hablar de cosa alguna que no admita experimentación[1] ”. Pero para evitar cualquier tipo de divagación que merezca el calificativo de “flatus vocis”, podemos apuntar dos objetivos claramente definidos que teníamos antes de tratar con la obra.
En primer lugar establecer cuál o cuáles son las razones que nos permiten sostener al referirnos a Friedrich Nietzsche que su epistemología podría ser catalogada como naturalista y nihilista a su vez, ofreciéndonos como resultado un relativismo ineluctable. En segundo lugar concretar o incluso ser capaces de definir que pueda ser “ciencia” tras una atenta lectura de la Gaya Ciencia, y por lo tanto: ¿Qué status ha de conferirse a la praxis científica en la sociedad en base a la “definición” que Nietzsche nos ofrece? Pero como cualquier lectura comprometida que se haga para con el filósofo germano, es más que preciso antes de nada señalar que la Gaya Ciencia excede en riqueza temática y expresiva el pobre acercamiento que nosotros con un interés únicamente epistemológico vamos a realizar
II. El insuperable faktum biológico
A lo largo de toda la Gaya Ciencia el rabioso Nietzsche dinamita a todo lo que se ha podido o intentado granjear un lugar cuya función y tarea supusiese alguna clase de explicación más o menos certera de la “realidad”, el alemán asesta contundentes golpes a todo aquel que se erija más alto de lo que su condición le permite, y esta es la irrebasable y natural condición de animal. Uno de los múltiples mensajes que repetida e incansablemente nos va a forjar Nietzsche a “golpe de martillo” es que no somos más que el triste y azaroso resultado de una casual evolución. Una evolución que “pudiendo ser de otra manera[2]” tal y como dice Nietzsche, ha tenido por ventura traernos a la existencia. Ahora bien, si de tal manera es esto lo ocurrido, nuestra forma de entender y concebir cada una de las “dimensiones humanas” hasta ahora manufacturadas deben ser revisadas, se nos plantea la improrrogable tarea de sospechar que se esconde en el sótano de nuestros cálidos edificios teóricos, hasta ahora inmaculadamente entronizados. El edificio que ahora se examina es el del conocimiento. Nietzsche tras el estudio de las aportaciones hechas por Charles Darwin en su obra “El origen de las especies por medio de la selección natural”, advierte la necesidad de vernos como una especie animal más, aunque siendo rigurosos si bien para el filósofo somos animales, él mismo nos concede algo más: “El hombre se ha ido haciendo poco a poco un animal fantástico que ha de cumplir un condicionamiento existencial mayor que ningún animal…El hombre debe ineludiblemente creer, saber por qué existe[3] ”.
Sin embargo aunque tengamos la particularidad de ser ese “fantastiche Tier”, esto no nos legitima para olvidarnos que es el instinto animal sobre el que se sustenta nuestra “inefable capacidad conceptual”, y de esto tenemos constancia en la obra cuando se expresa esto a modo enjuiciador en uno de los parágrafos: “y tu mi querido amigo, también eres todavía ese animal, a pesar de todo[4] ”. Una especie que al igual que cualquier otra se ha servido de unos medios que le han permitido adaptarse al medio, y en concreto uno de esos útiles de los que el hombre se ha servido es lo que hasta ahora se ha llamado “conocimiento”. En el transcurso histórico, a lo largo de por lo menos todo el archiconocido pensamiento Occidental, el hombre ha creído que la Razón era lo irremediable y exclusivamente humano, aquello tomado como “lo más originario”, pero esto no ha sido más que una ridícula sobreestimación, consecuencia manifiesta del olvido de nuestro autentico origen y por lo tanto la única manera de apercibirse de nuestra verdadera posición es hacernos cargo de lo que Nietzsche no para de repetirnos: “un animal, un hombre[5] ”. El alemán manifiesta que lo que jamás nadie pudiera haberse imaginado, aquello que había sido inconcebible para el hombre es que su tan venerada Razón no fuese más que un elemento de la misma Naturaleza, no obstante es ahora cuando el mismo hombre se demuestra como tal, como esa especie que al igual que lo hizo el reptil, el mamífero o el insecto se ha tenido que adaptar a este mundo, un mundo que se presenta para todo ente como un “rerum concordia discors[6] ”, como una “concordia discordante de las cosas”. La idea que descansa tras este dictum de Ovidio no es otra que el hecho de que todo aquello que no es nuestra propia entidad orgánica se nos presenta de un modo ajeno y sorprendente, aunque bien es cierto que al igual que nuevo y por descubrir, ese algo que no somos nosotros adviene con cierta incertidumbre, y por tanto provoca cierta ambigüedad, constituye nuestro existir como una tarea para llevar a cabo. Esta es nuestra “única tarea”, una tarea que viene dada por nuestro instinto de supervivencia, de conservación.
No debemos soslayar la presencia e importancia del papel que el instinto de conservación juega en todo acto que el hombre efectúa. Debemos recelar de todo lo que se ha suscrito como las grandes y monumentales maravillas creadas por el hombre “qua” hombre, eminentemente las de tipo conceptual por supuesto, obras que incluso en nuestra más rigurosa actualidad todavía se alaban cuáles áureas creaciones del hombre: “la metafísica griega, el derecho romano y la religión de Israel son los tres productos más gigantescos del espíritu humano[7] ”. Lo que se nos denuncia en la Gaya Ciencia no es más que el hecho de que ésas inefables “obras”, no tienen otra causa que el cúmulo de impulsos en la mayoría de casos inconscientes, la multiplicidad de respuestas ante las adversidades físicas de la existencia. En toda época el hombre ha necesitado un baluarte ineluctable, un asidero moral o científico (dependiendo del contexto en el que surgiese la dificultad), una “manera” en último término con la que afrentar la calamidad, un medio de conservarse a sí mismo y al grupo en el que habitaba.
[...]
[1] NIETSCHE, F. El Gay Saber. Madrid, Austral, 2001. Pág.112
[2] NIETSCHE, F. El Gay Saber. Madrid, Austral, 2001. Pág.108
[3] NIETSCHE, F. El Gay Saber. Madrid, Austral, 2001. Pág. 64.
[4] NIETSCHE, F. El Gay Saber. Madrid, Austral, 2001. Pág.129.
[5] NIETSCHE, F. El Gay Saber. Madrid, Austral, 2001. Pág.76.
[6] NIETSCHE, F. El Gay Saber. Madrid, Austral, 2001. Pág.66.
[7] ESCUDERO, J. A. Curso de Historia del Derecho. Madrid, Talleres Gráficas Solana, 2003. Pág. 109.
- Citar trabajo
- Angel Guirao Navarro (Autor), 2010, Ciencia y Conocimiento en la "Gaya Ciencia" de Friedrich Nietzsche, Múnich, GRIN Verlag, https://www.grin.com/document/338253
-
¡Carge sus propios textos! Gane dinero y un iPhone X. -
¡Carge sus propios textos! Gane dinero y un iPhone X. -
¡Carge sus propios textos! Gane dinero y un iPhone X. -
¡Carge sus propios textos! Gane dinero y un iPhone X. -
¡Carge sus propios textos! Gane dinero y un iPhone X.