La sociedad y la economía en Al-Andalus


Dossier / Travail, 2018

31 Pages, Note: 1,3


Extrait


Índice

Introducción

Antecedentes históricos

La sociedad en Al-Andalus
La población y el sistema jeráquico
Los árabes
Los beréberes
Los muladíes
Mozárabes
Los judíos
Los esclavos
La vida cotidiana
El papel de la mujer en Al-Andalus

La economía en Al-Andalus
La agricultura y su producción económica
El comercio
El sistema monetario

Conclusión

Bibliografía

Introducción

En 1492, la conquista del último reino musulmán que quedaba en la Península Ibérica selló el final de un reinado que se extendió a lo largo de varios siglos a amplias zonas de la península, caracterizándola de muchas maneras y teniendo un impacto positivo en diversas áreas como el arte, la ciencia y la urbanisación. Así, Al-Andalus describe el dominio político musulmán de la Península Ibérica en los años 711 a 1492.

En consecuencia, el siguiente trabajo está dedicado a la construcción de la sociedad y el sistema económico de la Península Ibérica durante el periódo de Al-Andalus. La legitimación del punto de partida del enfoque científico se refiere a la enorme influencia de Al-Andalus en todo el sistema social y económico de la península, que fue formado y caracterizado por los conquistadores musulmanes en diversos ámbitos.

En cuanto a la estructura del siguiente trabajo, se presenta en primer lugar el contexto histórico para poder clasificar los acontecimientos históricos y, al mismo tiempo, mostrar qué acontecimientos de importancia histórica influyeron en la fundación de Al-Andalus. A continuación, se abordará el primer tema principal de la obra, la sociedad en Al-Andalus. Primero se da una visión de toda la población haciendo referencia concreta al sistema social jerárquico, que refleja las características fundamentales de la sociedad de la época. Después se describen y analizan los distintos grupos sociales de la época de Al-Andalus. Debido a su diferente clasificación jerárquica, se asignaron diferentes tareas, cargos y deberes a las diferentes clases de la población de acuerdo con su afiliación de clase social. El siguiente subcapítulo trata de la vida cotidiana de la población, dando una idea de las tareas y actividades cotidianas. Luego nos referimos al papel de la mujer en Al-Andalus que, debido a sus deberes maternos, tenía que cuidar del hogar y de los niños, y por lo tanto gozaba sólo de una pequeña cantidad de libertad.

La segunda parte del trabajo está dedicada a la economía de Al-Andalus, ilustrando y analizando en primer lugar la agricultura y la producción económica. Gracias a los nuevos sistemas de riego y a las técnicas musulmanas, la agricultura floreció enormemente en Al-Andalus, convirtiendo a la Península Ibérica en uno de los países exportadores más importantes de Europa y estableciendo un sistema económico fuerte. En el capítulo siguiente se describe el pronunciado comercio mundial en la época de la dominación musulmana y se tratan las dos formas más importantes de comercio, el interior y el exterior. Además, se ilustra el sistema monetario y su importancia en la sociedad. Por último, se presenta un resumen conciso de los aspectos más importantes.

Antecedentes históricos

En el año 711 d.C. las tropas musulmanas, formadas por soldados musulmanes y bereberes, penetraron en el curso de la guerra santa sobre África hasta la Península Ibérica, que conquistaron casi por completo en solo unos pocos años. Esta rápida conquista se debió a la crisis política interna del antiguo imperio visigodo, que se vio gravemente debilitada por las continuas luchas de poder sobre la sucesión al trono.

La conquista de la Península Ibérica tuvo lugar a través del estrecho de Gibraltar y fue liderada por el bereber Táriq Ibn Ziyad, que actuó como un suplente del gobernador de África del Norte, Musa ibn Nusair. Poco después, el 19 de julio de 711, la batalla de Guadalete, en la que las tropas musulmanas salieron victoriosas bajo el líder bereber, selló el declive del dominio visigodo. En los años siguientes, los musulmanes, esta vez bajo el mando del propio gobernador, avanzaron hasta Toledo y finalmente Zaragoza, pero no pudieron ocupar los territorios cantábrico y pirenaico en el norte de la Península Ibérica. Esta resistencia, que los encontró allí, alcanzó su apogeo en 718 con la batalla de Covadonga en Asturias, que también marcó el inicio de la reconquista de la península a lo largo de los siglos (cf. Bollée 2003: 43).

Tras la conquista de la Península Ibérica por los musulmanes, el territorio anexionado pasó a ser una provincia del califato islámico, llamada Al-Andalus, gobernada por el califa de Damasco, que era miembro de la dinastía omeya. Hasta el año 756 España estaba gobernada por gobernadores, los valíes, hasta que la toma del poder por los Abasíes en Damasco - con la transferencia de la sede del gobierno a Bagdad - condujo al omeya Abd-al-Rahmán I a huir a la Península Ibérica y allií estableció una dinastía que gobernó Al-Andalus hasta 1031. En 773 Abd al-Rahmán I proclamó el emirato de Córdoba, que era política y administrativamente independiente del Califato de Damasco, aunque mantuvo con el mismo una unidad cultural, espiritual y moral (cf. Álvarez Palenzuela, Suárez Fernández, 1995: 158). Pese a todo, el verdadero organizador del emirato independiente fue Abd al-Rahmán II, que delegó los poderes en manos de los visires. En el período siguiente, no sólo se promovió la islamización, sino que el territorio conquistado se dividió en provincias individuales, se aseguró el gobierno del Emir y se creó un sistema administrativo y judicial musulmán. En el año 912, ascendió al trono Abd al-Rahmán III, cuando ya la decadencia política del emirato era un hecho. Intentando acabar con las sublevaciones y conflictos, se proclamó califa en 929 d.C., lo que, además de la independencia política de Bagdad, también le dio independencia religiosa de los Abasíes, ya que el califa representaba la cabeza del Islam (cf. Cruz Hernándes 1992: 56). Esta proclamación del califato contenía un propósito doble: en primer lugar, los Omeyas querían consolidar su posición. En segundo lugar, consolidar las rutas marítimas para el comercio en el Mediterráneo, garantizando las relaciones económicas con Bizancio y asegurando la subadministración del oro. Su reinado y el de su sucesor al-Hakam II representaron el apogeo del arte y la ciencia árabes para Al-Andalus.

La época del poderoso califato de Córdoba terminó en el año 1031 d. C., desencadenada por la muerte de Muhammad Ibn Abi Amir, el Almanzor, en el año 1002, quien de facto tenía el poder, mientras que el verdadero califa Hisham II sólo permaneció en Córdoba y desempeñó un papel mínimo en el gobierno (cf. Álvarez Palenzuela, Suárez Fernández 1995: 161). Después de la muerte del Almanzor, el imperio se desintegró en varios emiratos, llamados taifas, como consecuencia de la fitna, la guerra civil. Las taifas fueron hasta 39 pequeños reinos que fueron gobernados y administrados independientemente unos de otros (cf. Álvarez Palenzuela, Suárez Fernández, 1995: 161).

La disgregación del califato en múltiples taifas hizo evidente que sólo un poder político centralizado y unificado podía resistir el avance de los reinos cristianos del norte (cf. Viguera Molins 2007: 155). Así, la conquista de Toledo en 1085 por parte de Alfonso VI anunciaba la amenaza cristiana de acabar con los reinos musulmanes de la península. Ante tal situación, los reyes de las taifas pidieron ayuda al sultán almorávide del norte de África, Yusuf ibn Tasufin, pero su brutal ocupación militar terminó en fracaso. Aunque la intervención almorávide en la Península Ibérica tenía una influencia magrebí grande en Al-Andalus, a partir de 1140 el poder de los almorávides empieza a decaer en el norte de África por la presión almohade (cf. Viguera Molins 2007: 155). Los almohades aterrizaron desde 1145​ en la Península Ibérica, y trataron de unificar las taifas utilizando como elemento de propaganda su agresión a los reinos cristianos y la defensa de la pureza islámica. La victoria cristiana en la batalla de las Navas de Tolosa en 1212 puso fin a la dinastía almohade. El último bastión musulmán en suelo europeo, el reino de Granada, anteriormente gobernado por los nazaríes, cayó el 2 de enero de 1492, sellando el final de la reconquista y casi ochocientos años de dominio musulmán en la Península Ibérica.

La sociedad en Al-Andalus

Después de haber resumido los acontecimientos históricos más importantes, en la siguiente sección, nos referimos a la sociedad en Al-Andalus. Aquí la atención se centra principalmente en los diferentes grupos de la población, en la vida cotidiana y, más allá, en el papel de la mujer en Al-Andalus.

Las suposiciones sobre la población de Al-Andalus en la época del reinado por los musulmanes varía de varios cientos de miles a millones, aunque la población exacta de la provincia árabe nunca ha sido establecida. Se supone que Córdoba, como capital de Al-Andalus, tenía unos 250. 000 habitantes - en aquel momento sólo comparable a Constantinopla, que tenía aproximadamente la misma población - y se concluye que había un total de 650. 000 habitantes en las ciudades juntas (cf. Álvarez Palenzuela, Suárez Fernández 1995: 133).

La población y el sistema jeráquico

En general, los grupos de población individuales durante Al-Andalus pueden describirse por medio de un sistema jerárquico, que proporciona información sobre el estatus social, así como sobre las respectivas tareas y poderes sociales. La distribución de esas clasificaciones políticas y sociales se estructuró como una pirámide, lo que significa que el grupo de población en la cima de la pirámide tenía el estatus social más alto y, por lo tanto, también la mayoría de los derechos en la sociedad (cf. Salvatierra, Canto 2008: 123). En la cúspide de la sociedad estaba el malik, el califa o el emir, un descendiente del Profeta que estaba por encima de los demás mortales y gobernaba los asuntos terrenales. Era, al mismo tiempo, jefe espiritual y temporal. El segundo escalón lo constituía la aristocracia funcionarial. Los aristócratas eran la familia real, los árabes y los que tenían cargos de importancia concedidos por el califa, el cual los dotaba con rentas y tierras. Entonces siguieron los notables, ricos y poderosos, letrados, comerciantes, artesanos, etc. que en su mayoría fueron los beréberes. Durante Al-Andalus sólo unas pocas personas pertenecían a esta clase privilegiada, eran principalmente los árabes y beréberes. Por debajo estaban los muladíes, luego los judíos y mozárabes, que formaban la mayoría de la sociedad, y finalmente los esclavos, que pertenecían a la clase social más baja (cf. Marín 1992: 46-48). Esta jerarquía ilustra que no había derechos universales para los seguidores de diferentes religiones y grupos sociales. Sin embargo, algunos gobernantes de determinados grupos y comunidades podían conceder derechos comerciales y libertad de culto como privilegios a ciertos grupos. Esta tolerancia de los musulmanes en la Edad Media frente a otros grupos sociales tuvo poco que ver con el concepto posterior de tolerancia que surgió con la Ilustración. Por lo tanto, no se trataba de una tolerancia equiparada, sino de un nivel de tolerancia, en el que los musulmanes se sitúan al más alto nivel, y las demás religiones a niveles inferiores.

Pero a pesar de estas diferencias jerárquicas dentro de la población, hay varios ejemplos de coexistencia pacífica durante Al-Andalus, con las diferentes clases de la sociedad apoyándose y beneficiándose unas de otras también (cf. Clot 2004: 67). Por ejemplo, el judaísmo floreció completamente en términos de cultura y poesía. Además, se celebraron juntos algunas fiestas religiosas, como la Pascua de Resurrección, porque en esta festividad se unieron cristianos y musulmanes (cf. Cruz Hernández 1992: 195). También muchos monarcas cristianos aclamaron al califa de Córdoba, por lo que se trataba de varios matrimonios mixtos, independientemente de su origen étnico o religioso. Además, había un comercio muy grande que se extendía por toda la Península Ibérica y en el que cooperaban diferentes estratos sociales (cf. Clot 2004: 202). El Estrecho de Gibraltar sirvió de puerta de entrada para la artesanía, el ejército, el comercio y el arte y filosofías.

Este tipo de convivencia, que se basaba en intercambios comunes y pacíficos, así como en el apoyo mutuo, no se pudo encontrar en todo momento durante Al-Andalus, ya que los problemas sociales debidos a las diferencias de opinión o a los enfrentamientos violentos también formaban parte de la convivencia. “La relativa discordancia entre el ordenamiento legal y la dependencia social en al-Andalus dió lugar a una falta de paralelismo entre la coexistencia real de los grupos y su convivencia social” (Cruz Hernández 1992: 194). Al principio, los musulmanes cometieron muchos actuaciones criminales, como explotaciones, incendios en ciudades cristianos o batallas sangrietas contra creyentes disidentes. En la historia de España, dos hechos históricos destacan sobre todo la desarmonía de la convivencia en Al-Andalus. Por un lado, la persecución de los cristianos en Córdoba en el año 856 y, por otro lado, el progrom contra los judíos en Granada en 1066. Puesto que debido a estos acontecimientos murieron muchos judíos y cristianos, la afirmación de una coexistencia pacífica es controvertida. En general se puede decir que desde el principio del dominio árabe hasta la reconquista los conflictos se acrecentaron.

Con el fin de ofrecer una precisa visión general y un contexto de cada uno de los grupos de población, en los siguientes subcapítulos se describen los respectivos grupos sociales en su cultura, su estatus social y sus tareas obligatorias.

Los árabes

La población de Al-Andalus era muy heterogénea, sobre todo al principio, y varió durante el tiempo. La estructura social andalusí estaba condicionada por el origen étnico de cada grupo y por la clase social. La clasificación de los estratos poblacionales puede realizarse bajo varios aspectos: el religioso, el jurídico y el étnico. Los musulmanes representaban el mayor grupo de población con respecto a la religión común: el Islam. Sin embargo, tampoco aquí se puede dar un número exacto de ciudadanos islámicos, ya que el estrato islámico de la población se expandió fuertemente en los casi 800 años de dominio musulmán en la Península Ibérica a través de conversiones y mezclas con la población autóctona (cf. Clot 2004: 19).

La población musulmana se puede dividir en diferentes grupos étnicos: por un lado había los árabes, que, en contra de todas las expectativas, ya que la conquista de la Península Ibérica fue el éxito más significativo de los árabes en Europa, eran bastante pequeños en número. “A pesar de su carácter minoritario, incluso respecto de la población total islámica, los árabes ocuparon los rangos de privilegio. La endogamía de clan, la legislación matrimonial y el concepto de clientela mantuvieron la calidad y prerogativas de la jassa árabe” (Cruz Hernández 1992: 178). La jassa describe la clase alta aristocrática en Al-Andalus, que, a diferencia de otras clases sociales aristocráticas, no estaba definida por el derecho de nacimiento. Estaba formado por administradores y asesores del califa, así como por jueces, teólogos y miembros de la familia, todos los cuales tenían un gran poder económico y político sobre la amma, la población urbana y rural (cf. Álvarez Palenzuela, Suárez Fernández 1995: 141). Quedaron excluidos de la división entre jassa y amma los notables, un grupo de ricos comerciantes e intelectuales que, sobre la base de sus cualificaciones económicas, formaron su propio grupo dentro de la comunidad andaluza sociedad, sin compartir el carácter dominante de la jassa ni el bajo nivel de vida de la amma.

Los árabes eran el grupo más dominante y dirigente en Al-Andalus y ostentaron las mejores posiciones en la sociedad. Coparon durante siglos los más altos cargos del gobierno. “Los principales núcleos sociales árabes fueron urbanos, y aunque poseyesen grandes extensiones en la tierra, preferían vivir en almunias” (Cruz Hernández 1992: 178). Las personas más cultos hablaban y escribían el árabe clasico. Se supone que el árabe clásico se mantuvo en las clases sociales altas, ya que muchos habitantes durante el gobierno musulmán se adaptaron al modo de vida de los árabes y, por lo tanto, también trataron de integrar sus costumbres culturales, incluido su idioma, en su vida. Así, las clases artesana, comercial y la masa sólo debieron hablar desde muy pronto un árabe dialectal con numerosas palabras romances.

Los beréberes

Los beréberes también constituían una gran parte del ejército musulmán (cf. Cruz Hernández 1992: 180). “Debido a la proximidad de la península con el Norte de África, al primer contingente de beréberes que llegó con la primera invasión siguieron otros muchos, que llegaron a formar una parte importante de la población, mayor desde luego que la de origen árabe “ (Marín 1992: 27); es decir, los beréberes emigraron del norte de África en el primer curso de la conquista de la Península Ibérica y se establecieron con sus familias en Al-Andalus. La distribución injusta de territorios y el botín de guerra después de la conquista a menudo condujo a levantamientos y disturbios que, sin embargo, no tuvieron consecuencias para la parte árabe de la población debido a la división interna de las tribus bereberes (cf. Álvarez Palenzuela 1995: 139). Más bien, muchas familias bereberes se retiraron a sus aldeas en el norte de África, mientras que las que se quedaron se arabozaron cada vez más (cf. Clot 2004: 190). Los beréberes instalados en Al-Andalus se islamizaron y arabizaron rápidamente; se incluyeron en la sociedad aceptando sus normas básicas de integreación.

Las fuentes árabes, singularmente las que se refieren a hechos históricos ocurridos en el siglo VIII, citan continuamente a las Barba r como colaboradores principales de los árabes en la invasión de la Península Ibérica (Vallvé Bermejo 1999: 206).

En consecuencia, los bereberes también tenían un alto estatus en la sociedad y ejercieron importantes funciones políticas. “Dominaron las altas magistraturas, ejercieron el monopolio en determinados negocios y crearon verdaderos latifundios en el mundo rural” (Cruz Hernández 1992: 178). Así, su mayoría demográfica y las complejidades de su relación con la clase reinante de Al-Andalus fueron un importante factor de la política andalusí. Asimismo, su importancia en las fronteras con los cristianos y su relación con los movimientos religiosos norteafricanos fueron claves para la evolución de las fronteras en la Península Ibérica.

Los muladíes

Otro grupo étnico importante de la población islámica eran los muladíes. Formaron una población de origen hispanorromano y visigodo que adoptó la religión, la lengua y las costumbres del Islam para disfrutar de los mismos derechos que los musulmanes tras la formación de Al-Andalus. Dentro de este grupo se distinguió la nobleza visigoda, que acabó fundiéndose con la árabe, aunque en zonas alejadas protagonizó movimientos secesionistas. En cuanto a los sectores más humildes, la mayoría optó por una conversión que, fuera de consideraciones religiosas, les eximía de pagar el impuesto territorial y personal que gravaba a los no creyentes, entre otros beneficios sociales que se deducían de la adhesión a la cultura dominante (cf. Herbers 2006: 91).

Debido a la rápida arabización cultural de los muladíes y su mezcla a través de matrimonios mezclados con los árabes y beréberes llegados a la península, mucho menos numerosos, las diferencias étnicas entre los distintos grupos prácticamente desaparecieron en los siglos XII y XIII, haciendo que en adelante fuera imposible, en la mayor parte de los casos, distinguir en la población andalusí los elementos de origen foráneo de los propiamente peninsulares. Así, se creó una población relativamente homogénea en la que eran dominantes el origen étnico hispanovisigodo y los elementos culturales árabes, incluso en las familias de reconocida alcurnia árabe, real o pretendida. Los muladíes no tuvieron barrios propios ni ciudades en que dominasen, sino vivían en todas las regiones de Al-Andalus, y acaso más en las marcas fronterizas, y tanto en las ciudades como en el campo (cf. Cruz Hernández 1992: 182).

Sin embargo, sólo los conversos de la segunda generación y de las siguientes, los muwallad o muladíes, fueron aceptados como musulmanes plenamente válidos, pero no los de la primera generación, los musalima (cf. Álvarez Palenzuela, Suárez Fernández 1995: 135). Los muladíes eran tan importantes para la sociedad de Al-Andalus porque no sólo constituían la mayor parte de la población de la provincia musulmana a lo largo del tiempo, sino que también tenían una gran influencia política y administrativa a través de la ocupación de puestos importantes (cf. Álvarez Palenzuela, Suárez Fernández 1995: 140). Por lo tanto, también formaban parte de la jassa. Algunos de ellos fueron nobles visigodos que consiguieron medrar en la sociedad andalusí y llegaron a ser visires, cadíes mayores, médicos de palacio, gobernadores, alfaquíes y ulemas (cf. Cruz Hernández 1992: 182). “Pero la mayoría debía proceder de hispanos-romanos pobres y de siervos de la gleba; había también trabajadores de las minas y de las almadrabas, pescadores y pequeños comerciantes y artesanos” (Cruz Hernández 1992: 181). A pesar de ser miembros de pleno derecho de la umma, al principio su estatuto social real fue de dependencia de los señores árabes y beréberes. Los príncipes omeyas cobraron conciencia de su posible fuerza social para contrarrestar el peso político de árabes y beréberes. Progresivamente arabizados y islamizados, lograron entrar en el establecimiento omeya. Así, pertenecieron a todas las clases y categorías sociales.

Mozárabes

Los mozárabes formaban una población cristiana, de origen hispanovisigodo, que vivía en el territorio de Al-Andalus. El término mozárabe no fue empleado por los musulmanes, sino por los cristianos de los reinos del norte para designar a los cristianos de Al-Andalus que emigraban a sus territorios: este nombre indica que los mozárabes adaptaron su forma de vida a las estructuras de la sociedad árabe sin convertirse al Islam. Habían tomado usos y costumbres de sus dominadores árabes, incluyendo el conocimiento de la lengua árabe. Las relaciones sociales, especialemten en el medio urbano, les condujo con rapidez al conocimiento de la lengua árabe y al subsiguiente bilingüismo (cf. Cruz Hernández 1992: 171). Los principales núcleos mozárabes estaban situados en las ciudades de Toledo, Mérida, Zaragoza, Córdoba y Sevilla. Además, eran administrados en sus comunidades por los llamados qumis que representaban a la comunidad cristiana ante los gobernantes musulmanes y eran responsables de recaudar impuestos.

[...]

Fin de l'extrait de 31 pages

Résumé des informations

Titre
La sociedad y la economía en Al-Andalus
Université
University of Paderborn
Cours
Historia del Islam
Note
1,3
Auteur
Année
2018
Pages
31
N° de catalogue
V509889
ISBN (ebook)
9783346085849
ISBN (Livre)
9783346085856
Langue
espagnol; castillan
Mots clés
Al-Andalus, Edad de Oro, Mozarabes, Conquista, 711, 1492, Conquista musulmana, Dominio musulman
Citation du texte
Julia Sobel (Auteur), 2018, La sociedad y la economía en Al-Andalus, Munich, GRIN Verlag, https://www.grin.com/document/509889

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